Foto © Luisenrrique Becerra | Noticias SER
Carlos Herz Sáenz
La actual crisis sanitaria global expresada en la pandemia del covid-19, tal como se ha dicho persistentemente, ha mostrado los límites estructurales de los sistemas de salud en el mundo y, evidentemente, en el Perú.
Modelos de atención médica basados en las prácticas curativas y en la medicalización de la salud, dispersión de servicios sanitarios, la conversión de la salud en gran medida en una banal mercancía que beneficia a quien puede pagarla, la precariedad de las instituciones de salud y, por lo tanto, de los servicios existentes a nivel público, la baja estimación de las profesiones de la salud y de su rol en los programas sociales de un Estado que debiera generar valor público con calidad y calidez, entre otros. Todos son aspectos sustanciales para encarar situaciones críticas como la actual y que devienen en soluciones que cada país ha intentado implementar desde sus propias capacidades y limitaciones no solo sanitarias sino económicas, sociales, institucionales y políticas. La pandemia persiste y el virus rebrota en magnitudes diferenciadas en el mundo, y sigue mostrando lo afirmado líneas arriba.
Pareciera que la enseñanza clásica de convertir la crisis en oportunidad, no se vislumbra en este nuevo panorama, a expensas de una o varias vacunas salvadoras que provienen mayormente de las grandes corporaciones farmacéuticas que dominan los sistemas tradicionales de la salud curativa. La superación de la actual pandemia no se limita a la adquisición de medicamentos, sino que supera los espacios médicos y nos conduce a la esfera de soluciones integrales de carácter social, cultural, económico y político, lo que no está presente en las políticas de muy corto plazo de gobiernos como el peruano, sin mayor proyección o visión de desarrollo. Por lo tanto, el paso a la llamada normalidad no es otra cosa que el retorno a un pasado para la mayoría de hombres y mujeres que aspiran medios de vida más dignos, estables, seguros, así como a sistemas sociales más inclusivos y equitativos.
Los protocolos básicos y comunes para evitar o reducir los contagios y los riesgos de letalidad frente al covid-19 como usar mascarillas o barbijos, y el distanciamiento necesario, son importantes, pero no suficientes, dependiendo en que contexto se enfrenta este dramático problema de salud. Para el Perú tiene connotaciones muy complejas más allá del campo sanitario. Informalidad extrema, la mayoría de la población con ingresos que dependen del día, precariedad en los servicios básicos como agua y saneamiento, viviendas con familias en hacinamiento y barrios insalubres, inseguridad y corrupción, la incipiente ciudadanía y la pobre calidad educativa pública, son componentes que se suman y complican de manera extrema la superación de la pandemia. Añadirle como hecho penosamente dramático e indignante, que los sectores económicos del gran capital han continuado con sus beneficios y privilegios en contraposición con el aumento de la miseria, la desesperación y el dolor de la mayoría de personas, lo que nos recuerda las profundas desigualdades que caracterizan nuestras estructuras socioeconómicas y que constituyen la causa principal de las situaciones antes descritas. En el mundo entero los escenarios han sido muy variados y casi siempre poniendo como premisa común las limitaciones estructurales del actual sistema de salud.
Las expectativas y demandas sobre la promoción de nuevas políticas nacionales de salud y de sus correspondientes políticas públicas territoriales no pueden dejar ya de considerar la pertinencia de la ruptura de los paradigmas de desarrollo basados en la desvaloración de la persona, en la inequidad de las relaciones humanas, principalmente entre mujeres y hombres, en la explotación extrema de los recursos naturales y en el tratamiento de los servicios sustanciales de la población como un negocio, y no como un valor público y un derecho humano. Es desde ese nuevo enfoque de desarrollo que debieran sellarse las propuestas de reforma del sistema nacional de salud, de las prestaciones de seguridad y jubilación, del incremento del presupuesto en salud y educación, entre otras.
Finalmente, estas aspiraciones de transformación requieren nuevas formas de ejercer gobierno, con visión de país, con enfoque descentralista, con eficiencia, transparencia y probidad. Asimismo, de la construcción de una gobernanza para la salud y para la vida que garantice la participación activa de las organizaciones sociales de base que han sabido atender y frenar los efectos de la pandemia desde sus propias experiencias y tradiciones; de las universidades y de otros centros de generación de conocimiento y saberes, y de aquellos empresarios que respondan a un manejo financiero con inclusión y respetando los derechos humanos en su integridad. Y también, de la generación de nuevos liderazgos que destierren de una vez por todas la miseria moral de la mayoría de actores políticos que corroen lo poco que se posee de institucionalidad, de confianza en el Estado, de cohesión social y de existencia como Nación.
Cualquier medida o acción concreta para encarar la pandemia tiene más sentido y mejores resultados si se ubica en esa perspectiva. De lo contrario, más allá de efímeros efectos mediáticos, persistirá el drama de las precarias condiciones de vida de la gran mayoría de hombres y mujeres de este país, que tienen que enfrentar y resistir valerosa y creativamente muchas formas de pandemia, no solo la del covid-19.