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MEMORIA de la CONFERENCIA Nº 02: Soberanía Alimentaria y el Derecho Humano a la Alimentación

CENTRO BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

SEMINARIO REGIONAL ANDINO AMAZÓNICO
DE AGROECOLOGÍA Y SOBERANÍA ALIMENTARIA

Construyendo agendas y alianzas globales desde los espacios territoriales

conferencia 02

SOBERANÍA ALIMENTARIA Y EL DERECHO HUMANO A LA ALIMENTACIÓN

Fecha: 29 de octubre de 2020.
Presentación:

  • Carlos Herz. Centro Bartolomé de Las Casas (CBC). Perú.

Expositor:

  • Marcos Filardi. Universidad de Buenos Aires. Argentina.

Panelistas:

  • Georgina Catacora Vargas. Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla). Bolivia.
  • María Velma Echevarría. Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe (Maela). Colombia.
  • Víctor Raúl Mayta. Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru del Cusco (Fartac). Perú.
  • Eduardo Zegarra. Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade). Perú.

Moderador: Enrique Kolmans. Centro Bartolomé de Las Casas (CBC). Perú.

Marcos Filardi es abogado, especialista en derechos humanos, cambio global, desarrollo sustentable, soberanía alimentaria, derecho a la alimentación y antropología alimentaria. Actualmente es docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional Lomas de Zamora, Argentina.

Georgina Catacora Vargas es ingeniera agrónoma, especialista en agroecología, sistemas alimentarios sustentables, gobernanza ambiental y biotecnología. Ahora es vicepresidenta de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla) e investigadora de la Universidad Católica San Pablo, Bolivia.

María Velma Echevarría es ingeniera agrónoma, lideresa indígena especialista en agricultura ecológica. Forma parte de la Red de Guardianes de Semillas Río Sucio, Caldas, y de la Red de Semillas Libres de Colombia. Es miembro del Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe (Maela).

Víctor Raúl Mayta es abogado. Ha sido presidente del Instituto Peruano de Ciencias Jurídicas. Actualmente es secretario general de la Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru del Cusco (Fartac) y docente de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco (Unsaac).

Eduardo Zegarra es economista, especialista en políticas agrarias, recursos hídricos, gestión del agua y economía agraria. Actualmente es docente de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (Unalm) e investigador del Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade).

PRIMER BLOQUE

PRESENTACIÓN

Carlos Herz
Centro Bartolomé de las Casas (CBC)

Este conjunto de eventos se propone visibilizar y entender la problemática de la agroecología, la soberanía alimentaria y el derecho humano a la alimentación desde el sur andino y amazónico, considerando que es un tema global y que afecta al planeta entero. Se orienta hacia la búsqueda de alternativas que garanticen la soberanía alimentaria, en la que la agroecología juega un papel sustancial no solo como actividad tecnológica y productiva, sino como forma de vida que hay que ir construyendo –o deconstruyendo o reconstruyendo, según como se entienda el concepto–, y reconocer a la alimentación como un derecho humano.

Se trata de que este esfuerzo continúe permanentemente y permita trazar rutas, proponer alternativas, mostrar evidencias, construir capacidades e incidir en políticas públicas, orientadas a garantizar que, a través de la movilización de los actores, se pueda ir generando cambios sustanciales en el modelo actual de desarrollo –que tiene grandes limitaciones–, para que tengan una mejor situación de vida en condiciones de igualdad y equidad.

La presente conferencia abarca aspectos como la definición básica del concepto de soberanía alimentaria con énfasis en el derecho humano de la alimentación; los elementos de la complementariedad entre la agroecología y la soberanía alimentaria; la evolución, importancia y avance en el posicionamiento de un paradigma; y las oportunidades y desafíos para su mayor desarrollo y consolidación.

EXPOSICIÓN

LA TRANSICIÓN A LA AGROECOLOGÍA Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIA: OPORTUNIDADES Y DESAFÍOS

Marcos Filardi
Universidad de California (Estados Unidos)

La soberanía alimentaria constituye un verdadero paradigma, antitético, contrapuesto y superador de esto que se conoce como el modelo agroindustrial dominante.

Origen y evolución del concepto de soberanía alimentaria

En 1996 se desarrolló la Cumbre Mundial de la Alimentación en Roma donde se hacen visibles por primera vez tres conceptos de importancia sobre el tema central del evento. En pleno neoliberalismo económico, los gobiernos y organismos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), hablaron en esa reunión sobre el término “seguridad alimentaria”, que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (Fao) venía acuñando desde los años 70. Esto se refería a que el alimento llegue a las personas para evitar, justamente, una explosión social, pero sin preguntarse quién lo produce ni cómo, para qué y para quién.

En ese contexto, la Vía Campesina –organización internacional conformada por unos doscientos millones de campesinos y campesinas de todo el mundo, pastores tradicionales, pescadores artesanales– dijo desde la calle, de abajo hacia arriba, que “nosotros no venimos a hablar de seguridad alimentaria a esta cumbre mundial de la alimentación, sino que venimos a hablar de la soberanía alimentaria”, enunciada por primera vez como el derecho de los pueblos –en plural– a definir libremente sus políticas, sus prácticas y sus estrategias de producción, distribución y consumo de alimentos.

En dicha conferencia también adquirió visibilidad el concepto del “derecho humano a la alimentación adecuada”, que ciertamente no era nuevo, ya que se consideraba comprendido dentro del derecho a la alimentación reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en el Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas que había sido aprobado en el año 1966 y que había entrado en vigencia en 1976. Sin embargo, habían transcurrido veinte años y ese derecho humano a la alimentación adecuada no habia sido objeto de un tratamiento específico por parte de los órganos de aplicación de ese tratado. Por eso la Cumbre Mundial de la Alimentación pidió al Comité de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas la elaboración de una observación general para analizar el contenido de las obligaciones de los Estados respecto al derecho humano de la alimentación adecuada, la cual se conoce ahora como la “Observación General Nº 12 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: El derecho a una alimentación adecuada”, aprobada en 1999.

El más dinámico de estos tres conceptos, que mantiene vivo su desarrollo hasta la actualidad como construcción social que se va moldeando por la fuerza producto de los movimientos campesinos y sociales urbanos, es el de la soberanía alimentaria, el cual constituye un verdadero paradigma antitético, contrapuesto y superador del modelo agroindustrial dominante.

El modelo agroindustrial dominante

Vamos a analizar las características del modelo agroindustrial dominante, sus componentes y pilares fundamentales, ver a qué se antepone el paradigma de la soberanía alimentaria y qué se propone como salida a este modelo.

Hablar del modelo agroindustrial dominante es básicamente referirse al modelo de los agronegocios que, como diría Bruce Charles Mollison, “están concebidos y pensados no para producir alimentos sino centralmente para generar dinero”, eficientes para generar dinero y concentrarlo cada vez en menos manos.

El modelo en la fase de producción se caracteriza porque apuesta por pocos cultivos y el monocultivo de unos pocos commodities, básicamente para generar dinero; dirige su producción para la exportación; y comercializa un paquete tecnológico dominante compuesto por transgénicos, agrotóxicos y fertilizantes sintéticos.

En la fase de redistribución muestra una alta concentración económica en toda la cadena productiva. Las cadenas agroalimentarias en nuestra casa común se asemejan a la forma de un reloj de arena, que significa muchos agricultores en la base, muchos comensales en la cima, y en el medio pocos actores ejerciendo el mayor poder dentro de esas cadenas alimentarias, por ejemplo, retribuyendo cada vez menos al productor y cobrando a los comensales cada vez más para maximizar su margen de ganancia.

En este grupo están, por supuesto, la industria alimentaria altamente concentrada y su logística, los intermediarios y en particular quienes dominan la distribución de alimentos bajo este modelo agroindustrial dominante, bastante visibles, que son los supermercados y los hipermercados (hipermercadismo).

En la fase de oferta y consumo, en el modelo agroindustrial se concibe a la alimentación como una mercancía más, en consecuencia, librada al juego de la oferta y la demanda en la economía del mercado capitalista; de igual modo, los bienes comunes necesarios para la obtención de los alimentos, así como los recursos de producción tales como la tierra, el agua, las semillas, los saberes, etc.

Consecuencias del modelo agroindustrial dominante

Hay que considerar que se trata de un modelo fuertemente globalizado, que tiene características propias en Perú, Ecuador, Colombia, Argentina, pero con los mismos actores que generan sus intereses particulares sosteniendo este modelo industrial.

Violación de derechos humanos: El caso de Argentina

Se trata de un modelo que, desde la cátedra libre de Soberanía Alimentaria en Argentina, ha sido calificado de ecocida, genocida por goteo y violatorio de los derechos humanos. Entre las razones justificantes están el que prioriza las ganancias por sobre los alimentos, muestra de ello es que, en este país en 2020, el 80 % de la superficie cultivada está destinada a tan solo tres cultivos: el maíz, la soja y el algodón. La soja por sí sola ocupa el 60 % de la superficie cultivada y el 98 % de esa soja no está pensada para atender las necesidades alimentarias de la población argentina sino para responder a otros mercados externos; principalmente se exporta a China, al mercado asiático y a la Unión Europea para llenar los tanques de nafta a través de los agrocombustibles y también para engordar los ganados de otros mercados, es decir, funciona como un mero commodity o cultivo comodín.

En palabras de la maestra argentina Piera Goldman, sirve para un barrido o para un fregado. Centralmente es visto como materia prima para esta llamada revolución 4.0 de la agricultura que ve en los campos la provisión de sus materias primas, con lo cual no solo los estómagos de los animales sino también los estómagos de los automotores y crecientemente la industria, se nutren de esta energía del hambre.

El desplazamiento de cultivos: Monocultivismo

El avance de la soja –que desembarcó fuerte en Argentina en 1996– implicó el desplazamiento de otros cultivos que estaban en sus campos. Argentina –como Perú, Colombia y Ecuador– pasó de un sistema de policultivos a unos pocos cultivos, monocultivos que fueron desplazando a otras producciones que básicamente integran la canasta familiar y constituyen nuestro patrimonio gastronómico latinoamericano. Estos cultivos se vieron desplazados como consecuencia de ese avance del monocultivo a tal punto de que si, por ejemplo, en Argentina se quisiera distribuir hoy la cantidad de fruta y verdura que queda en el mercado interno entre la cantidad de habitantes (unos 45 millones), no tendría lo suficiente para darle a cada persona las frutas y verduras que el propio Estado argentino, a través de las guías alimentarias, recomienda consumir para tener una dieta saludable. Así, algunas clases de alimentos absolutamente esenciales para atender las necesidades alimentarias han terminado estando menos disponibles, lo que en una econ
omía de mercado capitalista los hace menos accesibles, sobre todo para los sectores de menos ingresos. El desplazamiento de cultivos ha ocasionado que, por ejemplo, la ganadería a pasto que ha caracterizado a Argentina, como fruto de la apuesta por la sojización se haya visto desplazada hacia los engordes de corral, con consecuencias ambientales y sanitarias.

El desplazamiento de otras alternativas de producción de alimentos

El avance del monocultivo en los territorios de los pueblos originarios y comunidades campesinas sobre tierras que son apetecidas por el actual modelo de agronegocio, ha desplazado diversas alternativas de producción de alimentos de la agricultura familiar desarrollada por estos pueblos. Ese afán de avanzar sobre tierras que antes aportaban a la agricultura familiar indígena y que ahora son reivindicadas y reclamadas por el agronegocio, ha generado desplazamientos forzados y conflictos por la tierra, en muchos casos registrando eventos violentos contra comunidades campesinas y pueblos originarios que luchan en defensa de sus territorios y sus modos de vida.

Desplazamiento forzado de personas y proyectos de vida

La falta de acceso a la tierra o su acceso desigual genera migraciones forzadas en busca de mejores condiciones de vida, afectando también el derecho humano al trabajo. En Latinoamérica, el 80 % de la población es urbana. Argentina expresa como nadie esa urbanización porque, siendo un país con 2 millones ochocientos mil km2 (el octavo país en superficie en el mundo), tiene la segunda tasa de urbanización más alta del mundo, después del principado de Luxemburgo. El 92 % de la población argentina vive hacinada en pueblos y ciudades; hace dos años fueron censados y se tiene registrados 4400 barrios populares, el 50 % de los cuales nació en los últimos años de monocultivo de soja transgénica en el país.

Conflictos de tierras y recursos naturales

Los desplazamientos forzados, a su vez, generan conflictos, y también avanzan en los bosques, selvas y humedales, generando un incremento de tasas de deforestación, lo cual destruye biodiversidad, flora y fauna, y disminuye la capacidad de regulación de oxígeno en los pulmones de nuestra casa común.

La destrucción de los humedales genera alteraciones de los ciclos de agua, lo cual da lugar a inundaciones. Argentina registra 11 provincias que experimentan sequía crónica como consecuencia de haber tenido la mitad del país bajo el agua sometido a inundaciones, con todas las consecuencias humanas, materiales y económicas que a su paso dejan estos eventos. Esto tiene que ver con el modelo de agronegocio transgénico que ha destruido bosques nativos que absorbían cantidades importantes de agua, para dar lugar al monocultivo de soja. Sumado a ello se tiene el uso de maquinaria pesada que compacta los suelos, utiliza barbecho químico que impermeabiliza el suelo y hace que la napa ascienda, fortificando cada vez más la preocupante posibilidad de inundaciones continuas. Diversos académicos señalan que cada vez es más claro el “mapa calcado perfecto entre la inundación y el modelo de agronegocio transgénico” en nuestros países. En conclusión, el modelo actual que domina las lógicas alimentarias afecta bosques, selvas y humedales y aumenta los efectos colaterales de que ellas se desprenden.

El agronegocio transgénico tiene una posición dominante en Latinoamérica. En 2005 se hablaba de la “república unida de la soja”, pues los países del Cono Sur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay) eran vistos por estas empresas químicas globales como provincias de una república de la soja. Argentina fue la puerta de entrada del desembarco de la soja transgénica y punta de lanza de esa tecnología en América, que pasó a ocupar no solamente el 60 % de la superficie del país, sino que avanzó de contrabando hacia países vecinos, inicialmente al este de Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil, a los cuales no les quedó más que hacerse cargo de los hechos consumados legalizando los cultivos transgénicos que hasta ese momento no habían sido autorizados.

Actualmente Argentina ha dado una autorización comercial a 63 eventos transgénicos. El 100 % de la soja ya es transgénica, así como el 96 % del maíz, el 100 % del algodón, la alfalfa tolerante al glifosato, dos papas resistentes a virosis. Lamentablemente en 2020 se convirtió una vez más en punta de lanza al dar autorización comercial por primera vez en la historia de la humanidad a un evento de trigo transgénico.

Al revisar los fines con los cuales fueron introducidos los transgénicos, podemos ver que inicialmente la intención fue acabar el hambre en el mundo. Con esa promesa bajo el brazo se introdujo el transgénico en Latinoamérica a partir de 1996, y no se cumplió porque el hambre en el mundo no solamente no disminuyó, sino que aumentó. Paralelamente se instaló la segunda promesa de que los transgénicos iban a reducir el uso de los agrotóxicos y sucedió todo lo contrario, porque lo cierto es que, de los 63 eventos transgénicos aprobados en Argentina, 58 han sido diseñados específicamente no para generar mayor valor nutritivo, sino para tolerar la aplicación de distintos agrotóxicos.

Los últimos 24 años en que el agronegocio transgénico se ha disparado, dejan como resultado 525 millones de litros de agrotóxicos por año. Argentina es el país que más agrotóxicos emplea por persona al año en el mundo y que, pese a las medidas, se incrementaron al 1500 % en este lapso, con el consecuente impacto en la salud de la población.

Consecuencias en la salud humana y afectación al derecho humano a la salud

De 12 a 14 millones de personas que viven en pueblos rurales fumigados de Argentina reciben cotidianamente, por diferentes causas, una carga importante de estos venenos, que se aplican a los mosquitos terrestres. A ellos les cae sobre sus cabezas a través de los aviones fumigadores o son personas que tienen que manipular agrotóxicos empleando mochilas manuales.

Resulta pertinente reflexionar con la pregunta de qué ve la ciencia digna en esos pueblos rurales fumigados. La respuesta es daños humanos, como el aumento de cáncer, porque muchos venenos son cancerígenos, y trastornos neurodegenerativos, porque muchos de los productos agrotóxicos son liposolubles que se adieren a los órganos grasos del ser humano (como el cerebro o el cerebelo) y se terminan expresando en enfermedades como el parkinson, alzheimer, autismo, así como enfermedades respiratorias, de la piel y del sistema endocrino, particularmente hipotiroidismo, malformaciones, abortos espontáneos, trastorno de fertilidad, etc. Es decir, se está sometiendo a nuestros pueblos rurales fumigados a condiciones de vida que los están enfermando, los están matando, y que, fruto del modelo agroindustrial dominante, han transformado los modos de vivir y también de morir. Actualmente en estos territorios, las causas más comunes de muerte respecto a enfermedades crónicas no transmisibles, son aquellas asociadas a la exposición ambiental aguda y crónica a los agrotóxicos, pero también a los objetos comestibles que este modelo agroindustrial predominante cargado de venenos y otras sustancias químicas pone en nuestras mesas, como los alimentos ultraprocesados.

Estamos frente a un modelo ecocida y genocida por goteo, en el que los pueblos enferman y mueren como consecuencia de la exposición a esta carga importante de agrotóxicos y veneno. Pero éste no es un problema sólo de los pueblos rurales fumigados, sino que afecta a la sociedad en su conjunto, debido a que partículas contaminantes de agrotóxicos están constantemente presentes en el agua que bebemos, en menor medida en el aire que respiramos, y en mayor o menor medida en los alimentos que comemos.

Entonces, estemos donde estemos, los agrotóxicos llegan a nuestros cuerpos, se incorporan y nos enferman; existe evidencia de
la ciencia digna que sustenta esto último, pues tras haberse practicado exámenes en orina, sangre, placenta y cordón umbilical, se revela la presencia de esos agrotóxicos. En definitiva, se trata de un modelo genocida, porque es invasivo del cuerpo de las personas, perjudicial a la salud y violatorio de los derechos humanos, y ecocida, porque destruye bosques y humedales, y afecta la fertilidad de los suelos y polinizadores.

Actualmente las constituciones políticas y las instituciones de Latinoamérica no reconocen el paradigma de la soberanía alimentaria, pero sí reconocen el derecho humano a la alimentación adecuada porque han ratificado el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Sin embargo, el derecho humano a la alimentación adecuada no es garantizado por este modelo agroindustrial porque persisten brechas sociales caracterizadas por la desnutrición aguda y crónica, el sobrepeso y la obesidad, diagnosticados a un  sinnúmero de personas con problemas de salud asociados a la alimentación, pero que al mismo tiempo expresan carencias nutricionales porque no es que esos cuerpos están plenos de nutrientes de calidad, sino que están llenos de lo más barato y lo más rendidor que el mercado permite acceder que son los carbohidratos, grasas y azúcares.

Agroindustria, industria farmacéutica e industria de alimentos: El círculo vicioso

Este modelo es sostenido por los grandes intereses económicos. Nuestros sistemas alimentarios y sistemas agroindustriales están altamente concentrados en un pequeño grupo de corporaciones, que son las mismas en los países latinoamericanos; siete empresas a nivel mundial operan a través de la concentración de la comercialización de granos, oleaginosas, cereales y legumbres. Se trata de una industria alimentaria altamente globalizada, en la que diez empresas a nivel mundial procesan esos productos agrícolas para dar lugar a los objetos comestibles que después encontramos en los supermercados. Esta industria altamente concentrada está, además, muy vinculada también a las industrias química, semillera y farmacéutica, vendiendo paquetes tecnológicos que concentran el 100 % de los eventos transgénicos, el 75 % del mercado de semillas comerciales y el 75 % del mercado mundial de agrotóxicos al mismo tiempo.

El caso típico es Bayer. No es reciente que introdujo al mercado los agrotóxicos, muchos de ellos probables cancerígenos, como el glifosato, tal como refirió la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es necesario conocer que Bayer también se desenvuelve en el mercado de los insumos quimioterápicos que tratan crónicamente las enfermedades que ocasiona. Esto es lo que se llama el circuito cerrado del capitalismo: Un mismo grupo empresarial introduce los factores que generan la enfermedad y luego lucra y genera dividendos a los accionistas a partir de la venta de los fármacos que tratan crónicamente esas enfermedades. Cabe, pues, recordar que la industria farmacéutica está íntimamente vinculada con todos los eslabones de este modelo agroindustrial dominante, así como con la industria del petróleo y el gas.

Petróleodependencia: Un modelo petróleodependiente en cada eslabón

El  modelo agroindustrial dominante es sumamente petróleodependiente, es decir, necesita del petróleo y el gas en todos sus eslabones, desde los fertilizantes sintéticos y derivados, hasta la maquinaria pesada que requiere de combustibles fósiles; así mismo, camiones que dependen de este modelo para transportar las mercancías de un lado a otro, al igual que el empaquetado de los alimentos ultraprocesados tanto líquidos como sólidos. Es, pues, un modelo petrodependiente, porque estamos comiendo petróleo y estamos comiendo gas, y en cada uno de esos eslabones la industria del petróleo y la del gas facturan.

Agronegocios y Tic 4.0

El involucramiento de las grandes empresas tecnológicas que cada vez están más vinculadas al negocio de la agricultura, conocida también como agricultura de precisión, está relacionado con tecnologías 4.0 aplicadas a la agricultura y digitalidad que pasa a controlar crecientemente los distintos eslabones de los sistemas alimentarios. Los supermercados e hipermercados concentran la comercialización de alimentos en distintos países y detrás de todo esto están los actores y compañías financieras, bancos y fondos de inversión altamente capitalizados que intervienen en la alta financiarización de diversos órdenes de nuestra vida social a la que asistimos.

Un ejemplo cercano en Latinoamérica son los fondos de inversión como Fidelity, BlackRock y Tempelton, que son a la vez los principales acreedores de países como Argentina. A veces se desconoce que Blackrock tiene intereses en los agronegocios, minería y explotación hidrocarburífera convencional y no convencional, y resulta que averiguando un poco más vemos que detrás de esos fondos de inversión y máscaras corporativas encontramos a seres humanos, sujetos de carne y hueso que se hacen cada vez más escandalosamente ricos.

Concentración de riqueza y pobreza

Algo inaudito es que “el 1 % más rico hoy tiene más que el doble del 99 % restante y que cinco personas tienen más que los 300 millones de personas más pobres de la humanidad”. El empresario e inversor estadounidense Warren Buffett dijo en 2016 que “asistimos a una guerra de clases y los ricos la venimos ganando por goleada”. Lo cierto es que siguen multiplicando exponencialmente su capital, incluso en un contexto de pandemia, mientras los pueblos se empobrecen cada vez más. Es visible cómo ese pequeño grupo de escandalosamente ricos concentran cada vez más poder y riqueza; se trata, pues, de un modelo que permite ganancias para pocos y daños para muchos.

Motivos por los que el paradigma de la Soberanía Alimentaria es la alternativa

Frente a ese modelo agroindustrial dominante está el paradigma de la agroecología, que permite la producción de alimentos en armonía con la naturaleza, en forma genérica y en todas sus formas, englobando a la agricultura orgánica, la permacultura, la agroecología extensiva, la agricultura biodinámica y la agricultura ancestral que desde tiempos inmemoriales los pueblos originarios vienen realizando; es decir, distintos modos de  producir alimentos bajo un conjunto de principios, que van más allá de una mera sustitución de insumos y que están incluidos dentro de sus formas de vida y cultura. Los grandes intereses vinculados a los agronegocios globales quieren apropiarse del concepto de agroecología; todos ellos hablan de agroecología y lo están viendo como una solución más, como una mera sustitución de insumos. Según esta mirada, el monocultivo destinado a la exportación es de origen biológico a partir de un insumo; claramente ésa no es la agroecología por la que aboga la soberanía alimentaria, que incluye la dimensión social del acceso a la tierra, el agua y las semillas, y obedece a una forma de vida y una cultura, por eso la agroecología es un sistema de base campesina.

La agroecología que aboga por la soberanía alimentaria tiene como base central la organización campesina. Debemos aspirar a una agricultura con agricultores, con pescadores artesanales, con pastores tradicionales, poniendo en el centro del sistema productivo a la agricultura familiar campesina indígena, que es la que aún hoy –con todas sus dificultades estructurales de acceso al agua, tierras, semillas, y pese a ello– representa gran parte de los alimentos que llegan a las mesas urbanas.

Aquí resulta necesario destacar que el propósito ético de de la agricultura familiar indígena consiste en proveer alimentos sanos para sí mismos y para los espacios urbanos locales, siendo responsable del 70 % de los productos que alimentan al mundo; en cambio, la lógica e intención detrás del modelo actual no consiste en alimentar a nadie.

La agr
oecología protege y defiende la semilla. Para el paradigma de la soberanía alimentaria, la semilla es la base de la reproducción y de la vida misma, sustento del sistema alimentario. Entonces, la semilla es un patrimonio común de los pueblos al servicio de la humanidad, y por tanto no puede ser una mercancía ni objeto de diversos tipos de patentes, como propone el modelo agroindustrial dominante.

La agroecología de base campesina no depende de ninguno de los transgénicos ni agrotóxicos ni  fertilizantes sintéticos a los que recurre el paquete tecnológico del modelo agroindustrial dominante y el de las tecnologías 4.0; ni ése ni la visión genética ni la nanotecnología ni la agricultura de precisión ni los drones ni los mapeos satelitales, porque justamente hablamos de tener alimentos sanos, seguros y saludables en armonía con la naturaleza y con la gente en el campo, con tejido rural en  actividad y alianza con los agricultores.

La necesidad de localizar los sistemas alimentarios frente a este modelo dominante que produce a gran escala en determinadas regiones y que luego circula kilométricamente por barcos, aviones y sobre todo camiones, no sólo para reducir los costos, sino que esos alimentos son movilizados mundialmente y generan además gases de efecto invernadero, responsables de la crisis climática que estamos viviendo. En este contexto está la agroecología que, de por sí, viene a “enfriar” el planeta.

Otra ventaja de la localización de mercados tiene que ver con el relacionamiento directo del productor al comensal, garantizando a unos el precio justo por su producción, pero también el acceso de los comensales a un alimento sano, seguro y soberano, producido por un agricultor local. De cierta manera logra, asimismo, arraigarlo en el territorio y que no se vea obligado a migrar forzosamente a los pueblos y ciudades.

Actividades e iniciativas agroecológicas

Entre las actividades e iniciativas agroecológicas que podemos realizar están las siembras comprometidas, las cooperativas de consumo, nodos de los bolsones de las organizaciones campesinas que acercan sus alimentos directamente a las ciudades, ferias del productor al consumidor, y un sinnúmero de formas que creativamente permitan lograr ese acercamiento virtuoso, directo, entre el productor y el comensal.

La agroecología en tanto paradigma permite reflexionar profundamente sobre la situación de los bienes comunes naturales (tierra, agua, semillas y saberes), como en manos de quién y al servicio de qué modelo productivo están. Frente a ello, la soberanía alimentaria dice que la tierra tiene que estar “en manos de quien la trabaja, en armonía con la naturaleza, y de quien la cuide”, por eso vuelve a defender la bandera histórica de la reforma agraria integral y popular, y no rehúye esa discusión central, pues no podemos hablar de soberanía alimentaria si no ponemos en un lugar destacado la cuestión del derecho de acceso a la tierra. De igual modo, la semilla y el agua no pueden ser mercancías privatizadas y acaparadas por un puñado de corporaciones sino parte del bien común al servicio de los pueblos. Actualmente prima el saber tecnocientífico, legitimado como si fuera el único conocimiento, aun cuando tiene conflictos de interés y sólo busca ganar dinero. La ciencia digna debe reivindicar y reconocer como iguales a los conocimientos de los pueblos originarios y comunidades campesinas, entrando a un diálogo de saberes.

Conclusiones

El paradigma de la soberanía alimentaria entiende que la alimentación no es una mercancía más liberada a los juegos de la oferta y la demanda, como impone el modelo agroindustrial dominante, porque al final necesitamos comer para vivir, y comer bien para tener una vida libre de angustia, satisfactoria, saludable y digna. Por eso, reconoce al acto de alimentación como un derecho humano, comprometiendo a los Estados a respetar, garantizar y adoptar medidas para hacer efectivo ese derecho.

Ello significa que los Estados deben garantizar la disponibilidad de alimentos, es decir, que haya alimentos suficientes para atender las necesidades alimentarias de todos, así como su accesibilidad física y económica, que los alimentos puedan trasladarse desde donde son producidos hasta el lugar en que las personas necesitan consumirlos. Asimismo, que las acciones necesarias para acceder a esos alimentos no pongan en riesgo la satisfacción de otras necesidades alimentarias; que los alimentos sean buenos para comer, no causen daño a la salud y no nos enfermen con sustancias nocivas; que sean adecuados cuantitativa, cualitativamente y culturalmente, y se correspondan con nuestras tradiciones culturales como comensales; y que sean sustentables, que nuestros hijos y nietos puedan seguir produciendo alimentos a futuro.

SEGUNDO BLOQUE

INTERVENCION DE LOS PANELISTAS

Georgina Catacora Vargas
Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología, SOCLA (Bolivia)

La ciencia y el modelo de agronegocio

El modelo dominante visualiza a la agricultura como un engranaje económico monetario y para ello se vale de la modernización como un proyecto civilizatorio y de desarrollo que se materializa en la innovación tecnológica.

Esto se refiere específicamente a la tecnociencia, es decir, a las aplicaciones científicas instrumentales ligadas a los intereses que dejan de lado la función social y el desenvolvimiento de las ciencias que se expresa en una simplificación como estrategia de recreación del agronegocio, a través de la cual genera desequilibrios imponiendo sistemas productivos tecnificados en tejidos biológicos y culturales complejos como los de Latinoamérica, gracias a los cuales tenemos una gran resiliencia y estabilidad.

No hay que perder de vista cuanto sucede respecto a la simplificación biológica de procesos mucho más complejos, como la creciente monopolización genética, y la simplificación social con la homogeneización y generación de oportunidades iguales para personas o grupos humanos con condiciones diferentes que ingresan a esa dinámica.

El monocultivo es una actividad que desencadena desequilibrios profundos que causan dependencia y vulnerabilidad. Se trata de la materialización de la simplificación no  sólo ecológica sino socioecológica y comienza con la ruptura de las funciones ecosistémicas, que luego genera desequilibrios negativos que pretenden ser solucionados con parches tecnológicos, es decir, más innovación de la tecnociencia para ayudar a continuar movilizando esta maquinaria monetaria alrededor de la agricultura y que a su vez se conviertan en nuevos detonantes de mayor desequilibrio, fortaleciendo constantemente el círculo vicioso que genera mercados de insumos que, una vez más, siguen la lógica tecnocientífica y monetaria de la agricultura convencional expresada en el agronegocio.

El agronegocio tiene una mirada lineal o unidireccional dirigida exclusivamente, por ejemplo, a la productividad, la resistencia a plagas y últimamente a los organismos genéticamente modificados (OVM) tolerantes a factores ambientales, como el trigo HB4 que tiene mayor presencia en la región y que se supone es tolerante al estrés hídrico, pero lo que no se dice es que también es tolerante al glufosinato, un herbicida mucho más contaminante que el glifosato. Entonces vamos en un espiral de apilamientos tecnológicos, parches sobre parches, que en realidad no conducen a dar soluciones al sistema.

La agroecología tiene un rol de recuperación y restauración de los recursos naturales comunes como suelo, agua, biodiversidad, semillas y el conocimiento. Junto a la soberanía alimentaria, cumplen un rol en esta lógica de adaptación, a partir de la cual nos induce a estudiar e incidir no solo a favor de la soberanía alimentaria sino también de otras expresiones de soberanía energética, tecnológica y del conocimiento, con la finalidad de restaurar el tejido social, los sistemas alimentarios y los territorios.

Cooptación y “agroecología chatarra”

Se advierte también la cooptación del concepto de agroecología, proceso a través del cual, organismos como la Organización de las Naciones Unidad para la Agricultura y la Alimentación (Fao) en alianza con marcas de agronegocios como Croplife, intentan dar un abordaje de sustentabilidad a procesos que en el fondo no son sustentables, y se desenvuelven a través de la inclusión de ciertas prácticas, como por ejemplo la sustitución de insumos y test biológicos en un sistema contaminante.

Entonces, continúan poniendo parches tecnológicos y se expresan en la agricultura de precisión, la agricultura “climáticamente inteligente”, la intensificación sustentable, la modificación genética, etc., que, en lugar de brindar soluciones, abren mercados con fines lucrativos para unos pocos y siguen siendo instrumentos de la lógica monetaria para sistemas de producción sustentables. En paralelo está la elitización de la alimentación sustentable de los productos y los alimentos sanos como una forma de seguir generando mercados y de intentar diluir la función social que tienen la agroecología y la soberanía alimentaria, como una estrategia para distraer y recrear los sistemas agroindustriales.

Acercamiento entre productores y consumidores

La agroecología es necesaria y es factible porque es real, existe. Por ello es necesario continuar fortaleciendo las múltiples iniciativas y prácticas recreadas desde nuestros territorios. Los conocimientos locales y las costumbres agroecológicas requieren ser visualizadas y nos corresponde sacarlas del anonimato y rescatar la función múltiple que cumplen. En esa intención van los procesos de acercamiento de productores, agricultores, campesinos, pescadores artesanales, etc., con las masas sociales que somos los consumidores-ciudadanos, quienes tenemos derechos, deberes y capacidades para poder apoyar a que esta relación sea más directa y mejore, con el fin de que lograr una alimentación saludable, ecosistemas sanos y el fortalecimiento del tejido social.

María Velma Echevarría
Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe, MAELA (Colombia)

El problema del acceso a la tierra

Si bien las características del modelo en América Latina tienen casi los mismos problemas en la realidad de cada país, el acceso a la tierra constituye una problemática que marca la diferencia y limita –o aventaja– la producción y con ella la soberanía alimentaria. El material comunicacional denominado  “El chicharrón de la tierra en Colombia” (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=PDZRVaqA0TU) describe de forma  didáctica las limitaciones que tienen los pequeños productores respecto al acceso a la tierra –“desafortunadamente en Colombia las vacas tienen muchísima más tierra que las que podemos tener  los productores”–.

Al problema de acceso a la tierra se suman las políticas del gobierno que impulsan el agronegocio. En el caso colombiano, la mayoría del territorio productivo está destinado principalmente a la ganadería, el café, la palma y el azúcar para agroindustria y la producción de combustible.

Transgénicos en Colombia

Desde 2007 Colombia no ha parado de producir con semillas principalmente de maíz transgénico. Ésa ha sido una de las razones principales por las que las redes de custodios y guardianes de semillas iniciaron procesos de recuperación y conservación de semillas, debido al riesgo evidente de contaminación de las semillas nativas.

En esa misma lógica, Colombia importa casi todo el alimento para consumo humano, aproximadamente 15 millones de toneladas, cuyo 90 % son cereales y granos que son la base de la dieta alimentaria colombiana; los productores unen sus pequeñas áreas y producen el 40 % de la alimentación para las familias y el 60% se importa.

Al igual que en Argentina, la experiencia de Colombia evidencia la distribución de alimentos a través de intermediarios. La producción interna del país llega a mercados grandes de distribución, los mercados mayoristas, donde los productores venden su producción a los intermediarios, quienes entregan los alimentos a los consumidores finales a través de los supermercados y las plataformas de mercado. Frente a ello, la agroecología ofrece la alternativa de pocos mercados campesinos, cuyo principal rasgo es la relación e interacción humana entre el productor y el consumidor a través de las organizaciones campesinas, y el intercambio de saberes para el buen vivir.

Hay un proyecto de ley para prohibir los transgénicos en Colombia, porque no se está proyectando los riesgos que tienen para la salud, la biodiversidad y el ambiente. Ante esto, la incidencia política busca escalar el paradigma a nivel de normas y leyes en favor de la sociedad; sin embargo, es conocido que los gobiernos obedecen a intereses de las empresas multinacionales, por lo que es urgente el fortalecimiento del trabajo en redes institucionales representativas de consumidores y productores.

Agroecología e incidencia política

El paradigma agroecológico no está considerado en los planes de desarrollo nacionales ni locales, para lo cual son protagónicas las acciones de incidencia política municipal. Ello implica la organización y gobernanza desde las organizaciones sociales involucradas, defendiendo modelos alternativos que hagan frente a la lógica homogeneizadora del agronegocio, poniendo en práctica y defendiendo la agricultura para la vida y la restauración ecosistémica.

La experiencia de los productores y guardianes de semillas de Colombia muestra que un factor clave es la articulación y buenas relaciones entre las organizaciones vinculadas, tratando en lo posible de encontrar los puntos de mayor convergencia y aminorar las diferencias de procedimientos y principios dentro de los cuales se desenvuelven. Sólo estas sinergias podrían lograr incidencia política. No basta con querer realizar el proceso de reconversión hacia la agroecología porque nuestras economías son precarias, sino que hay que unificar nuestras iniciativas y procedimientos en todos los espacios hacia la construcción del buen vivir.

Víctor Raúl Mayta
Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru del Cusco, FARTAC (Perú)

Agricultura, principal actividad económica de las comunidades campesinas

Las actividades de agricultura y ganadería forman parte de la principal fuente de ingresos y generadora de dinámica social dentro de las comunidades campesinas. Su desarrollo depende del colectivismo, donde el derecho colectivo al acceso y trabajo de la tierra y la propiedad colectiva prima sobre la propiedad individual.

En la pandemia se ha puesto en evidencia la importancia de la soberanía alimentaria. Se resalta el particular entendimiento que tiene el campesino sobre la producción de alimentos para consumo humano y, por ende, el rol que tienen los alimentos saludables en la concreción del derecho a la salud. La pandemia durante 2020 ha permitido saber con certeza que el ser humano puede prescindir de actividades importantes como el deporte, el trabajo, etc., pero no podría prescindir de la agricultura, porque de ella depende la alimentación, en este caso sana, con enfoque agroecológico, que incide en la calidad de la salud para enfrentarse al contexto viral.

Los campesinos son voceros protagónicos en la promoción de este paradigma pues durante la pandemia su trabajo y conocimiento han garantizado la seguridad y soberanía alimentaria. En este proceso han intervenido las comunidades campesinas que, desplazándose en diversos pisos ecológicos del territorio, no han detenido su capacidad de producción de frutos, granos como el maíz, tubérculos como la papa, y procesos ancestrales como la obtención de chuño. De igual forma, durante pandemia no se ha detenido la crianza y cuidado del ganado ovino, bovino ni de camélidos, entre otras actividades estrechamente vinculadas entre sí para la soberanía alimentaria, sino que también conservan recursos, mitigan impactos del cambio climático, etc.

En el hipotético caso de prolongarse y recrudecer la pandemia, y continuar con las medidas de aislamiento social, podría haber desabastecimiento en las ciudades, pero los miembros de las comunidades campesinas no padecerían escasez de alimentos saludables por meses e incluso años, debido a las habilidades y prácticas costumbristas de producción y almacenamiento de alimentos, criterio que clarifica el aporte de las culturas comunales a la seguridad y soberanía alimentarias respecto a la previsión de reserva de alimentos a largo plazo como principio vital.

Los agricultores cumplen un rol importante en las mesas familiares, por lo que, en diversas ocasiones, las bases gremiales agrarias como Fartac han gestionado la declaración del agro en emergencia a nivel nacional. Sin embargo, es común que el Estado a través de sus instituciones declara estados de emergencia sin la disposición de recursos económicos que permitan tomar acciones de promoción y eficiencia de la agricultura familiar que asegure el derecho de alimentación de la población urbana.

La creciente demanda de alimentos agroecológicos

El consumo de alimentos sanos, ecológicos, orgánicos u otras denominaciones similares, es una realidad y genera una demanda que seguramente se va a mantener conforme se desenvuelva el desarrollo de la pandemia. Para responder a esa necesidad social, los agricultores requieren de capacidades y habilidades asociativas que les permita organizarse de mejor manera para enfrentar con creatividad el desafío de aportar a la seguridad y soberanía alimentaria. Aquí juegan un rol importante de acompañamiento las Ong, los colectivos de consumidores y las entidades públicas que abordan procesos ligados a la producción y el consumo. Una de las estrategias a través de la cual se ha protegido la soberanía alimentaria en Perú ha consistido en la ampliación de la vigencia de ley de moratoria de ingreso de transgénicos, pero falta que el presidente de la República la promulgue.

Agricultura peruana y la vigente Constitución Política de 1993

Desde la dación de la Constitución política de 1993 hemos visto la entrega sistemática de nuestros recursos al mejor postor y el territorio nacional ha quedado concesionado en partes a las industrias extractivas. Un ejemplo es la actual actividad extractiva minera en la región Cusco que, a su paso, ha desplazado a la actividad agrícola desde diferentes frentes o entradas, afectando con la contaminación ambiental por ejemplo a los recursos naturales de todos, sobre todo a los ríos y lagunas.

Esto pone en riesgo la sostenibilidad para que a mediano y largo plazo la producción familiar ecológica se posicione mejor, y de esa manera aportar a la erradicación de hambre en nuestro país, incrementando la calidad de alimentos saludables accesibles, realizando acciones que promueven directamente los derechos a la salud y a la alimentación adecuada, y combatiendo la anemia y la desnutrición crónica, en resguardo de la vida y el ambiente.

Eduardo Zegarra
Grupo de Análisis para el Desarrollo, GRADE (Perú)

Los conceptos de seguridad y soberanía alimentaria son importantes cuando se trata de abordar el futuro de la alimentación, la agricultura y la salud, que dependen fuertemente del consumo de alimentos con cualidades apropiadas por los consumidores. Sin embargo, resulta necesario mirar el paradigma dominante cuyo planteamiento está dado desde el enfoque de libre mercado, donde éste autorregula sus atribuciones. Esta ideología plantea que el mercado resuelve todo por sí solo, prescinde del Estado y no requiere contrapesos sociales; desde esa forma de desenvolverse, los últimos cincuenta años ha venido imponiendo cambios complicados en el mundo, que siguen generando gravísimos problemas sanitarios, sociales y económicos, así como daños ambientales irreparables.

Frente a este escenario de desgobierno del mercado, la agroecología se muestra como un paradigma alternativo compuesto de las acciones y voluntades de las organizaciones campesinas, sectores intelectuales y de pensamientos alternativos, en algunos casos con la participación de asociaciones de consumidores o comensales, quienes en su conjunto plantean alternativas dialogantes con otros sectores potencialmente aliados, tanto teóricas como prácticas, que se pongan frente al actual sistema económico dominante.

Dentro de ello, resulta vital considerar algunos aspectos característicos del mercado con el cual lidiamos. El dilema económico central de la soberanía alimentaria se refiere al rol del mercado y del Estado en este sistema agroalimentario. La soberanía alimentaria debe definirse a nivel de sistemas agroalimentarios y sus interacciones no pueden estar sustentadas exclusivamente en una parte de los actores o recursos. El sistema agroalimentario dominante, cuyo ejemplo extremo es Argentina, promueve una agricultura que ha sido transformada basada en transgénicos y en una relación con el mercado.

El mercado y los sistemas agroalimentarios en el mundo

Minorías de poderosas empresas transnacionales a nivel mundial han logrado básicamente controlar y acumular mucho poder detrás del actual modelo económico y alimentario, decidiendo qué y cómo comemos, con una gran pérdida de soberanía. Ése es el proceso que hemos tenido durante los últimos cincuenta años, que ha llevado a la llamada liberalización del comercio agropecuario a nivel mundial y a la expansión sin precedentes de los cultivos transgénicos bajo una lógica de generar enormes ganancias, pero con poca atención real a los dilemas de la alimentación y a las necesidades de generar mejores y más nutritivos alimentos.

El mercado por sí mismo puede lograr un rol positivo y progresivo para la humanidad, pero también puede ser una especie de arma de destrucción medio satánica, como dice Mike Polangi, sobre todo cuando cae en esta lógica de que puede autorregularse y básicamente se convierte en una confluencia de intereses específicos que lo que hace en realidad es acumular mucho poder.

Agroecología y mercado

Para la seguridad y la soberanía alimentaria es clave cómo interpretar el mercado, teniendo en cuenta sus ventajas y limitaciones o problemas. Esa interpretación cautelosa llevará al enfoque agroecológico a dar pasos con mayor sostenibilidad, pues, como todo gran dilema económico, el de la soberanía alimentaria se refiere al rol del mercado y del Estado dentro de un sistema agroalimentario. Aquí cabe pensar en los procesos registrados en el modelo agroalimentario que rige actualmente en Argentina, cuya agricultura ha sido completamente transformada en “una de las agriculturas más potentes del mundo”, constituyendo un extremo del modelo alimentario basado en transgénicos y agrotóxicos; está sustentado en un paradigma tecnológico específico y en una estructuración de mercado globalizado que concentra poder y decide finalmente cuales serán los “alimentos” que consumiremos y cómo nos alimentaremos, haciendo perder capacidades de decisión y de soberanía sobre los recursos, técnicas y semillas empleados por los agricultores para su proceso productivo. Sin embargo, esta relación entre el mercado y el sistema alimentario tiene que ver no exclusivamente con los agricultores, sino también con los intermediarios, y convoca, por supuesto, a los consumidores o comensales, que también formamos parte del mercado y sus dinámicas.

Las ventajas del mercado son la coordinación de las decisiones de la oferta y demanda de millones de agentes; la generación de incentivos de producción que reflejan preferencias y hábitos de consumidores; tiene economías de especialización y una división del trabajo; el aprovechamiento de las diferencias en las dotaciones de recursos; y los incentivos a la innovación tecnológica.

Las limitaciones y problemas del mercado son que sólo atiende a quien tiene capacidad de compra y activos; las preferencias de compra y hábitos son manipulados por los intereses de la industria alimentaria; la concentración de recursos en pocas manos; las fallas de mercado generan una ineficiente asignación de recursos y problemas ambientales; y los derechos monopólicos sobre patentes e innovaciones.

Debemos tener cuidado cuando simplemente decimos que el mercado per se es una mala manera de generar decisiones. El problema es que la otra alternativa del Estado es muchas veces peor; el Estado haciendo o regulando ha generado también hambrunas muy complicadas y famosamente conocidas, como el caso de Corea del Norte o China, pero también es necesario pensar que el mercado tiene que ser regulado ya que genera incentivos de producción que reflejan referencias y hábitos de los consumidores, el famoso paradigma neoclásico de la economía.

La ventaja del mercado al generar especialización y división del trabajo, en algún caso sí colisiona con el enfoque de la agroecología, que más bien evita la especialización; por eso es que ahí habría que pensar que esa parte del mercado no interesa tanto y aprovechar las diferencias en las dotaciones de recursos.

El mercado actualmente permite la concentración de riquezas, mientras las preferencias y hábitos de los consumidores son manipulados por los intereses de la industria alimentaria. Hay gravísimas fallas de mercado que generan una ineficiente asignación de los recursos y problemas ambientales muy bien descritos; los costos ambientales de la soya transgénica en Argentina son terribles y ya se está demostrando a nivel de muchos ámbitos donde predominan estos cultivos. Los derechos monopólicos sobre patentes de las naciones es otra falla grave de los mercados, controlados por algunos poderes, entre ellos las patentes de semillas, que es uno de los temas más delicados.

Agenda o cómo aprovechar las ventajas de los mercados y minimizar sus problemas y limitaciones

Una combinación de políticas públicas y organización social para incrementar ingresos y capitalizar a la población rural con diversas estrategias productivas y sociales; fuerte regulación de intereses industriales que manipulan y distorsionan los hábitos alimentarios; regulación de acceso a tierras y agua que eviten latifundios y minifundios; desarrollo de formas asociativas y cooperativas para el acceso a crédito, asistencia técnica y tecnología; esquemas de planificación y zonificación económica ecológica a nivel regional y local para un uso sostenible del territorio y sus recursos; políticas de acceso libre y amplio a bienes y recursos tecnológicos, incluyendo organismos vivos, que no deben ser patentados.

Qué plantear desde la soberanía alimentaria respecto a los mercados

Incrementar ingresos y capitalizar a la población rural con diversas estrategias. Es necesario la puesta en marcha de una estrategia de desarrollo rural detrás del paradigma de la soberanía alimentaria, porque sin desarrollo rural no será posible hacerla sostenible. Asimismo, se requiere imponer paralelamente una fuerte regulación de los intereses industriales, que no van a
desaparecer de la noche a la mañana; los países recién tímidamente intentan regular, por ejemplo, el uso de señales (octógonos) para advertir lo dañina que es la comida hiperprocesada o hiperindustrializada. La industria distorsiona y manipula los hábitos alimentarios de la población, sobre todo de los niños y los adolescentes, y eso tiene que ser severamente regulado y sancionado para ser evitado.

Regular el acceso a tierras y agua que permiten latifundios y minifundios que significan un gran problema. La clave va por desarrollar formas asociativas y también cooperativas para el acceso a crédito. Uno de los problemas principales de la agricultura familiar es sus temas de escala y la imposibilidad de generar espacios cooperativos y asociativos, situación grave en Perú donde existen 2 millones 200 mil pequeños agricultores y los sistemas cooperativos fueron colapsados y prácticamente erradicados en la mayor parte de nuestra agricultura.

Esquemas de planificación y zonificación económica y ecológica a nivel regional. Es fundamental recuperar el rol de la planificación y la zonificación como estrategias centrales para promover una agricultura que tenga un espacio central en el desarrollo rural del país.

Políticas de acceso libre y amplio a bienes y recursos tecnológicos, incluyendo organismos vivos y semillas, que no deberían ser patentados. Aquí hay un tema central de lucha ideológica y también de valores que señalan que los organismos vivos no deberían ser sometidos a patentamiento, pues son el logro de cientos de miles de años de experiencia humana y no tienen por qué ser parte de un proceso de privatización ni de patentes, que en realidad lo que generan es una profunda distorsión.

TERCER BLOQUE

PREGUNTAS DE LOS PARTICIPANTES

Marcos Filardi

¿Qué estrategias se debe aplicar para lograr la soberanía alimentaria y fortalecer la agroecología en mercados fuertemente establecidos?

Ante el escenario actual que plantea el modelo dominante de mercado y consumo de alimentos hiperprocesados, nos toca abordar toda esa complejidad de problemas y oportunidades. Por tanto, desde la sociedad civil organizada corresponde asumir la construcción de un poder popular lo suficientemente fuerte, con un enfoque de abajo hacia arriba, tejiendo y articulando redes urbano rurales cada vez más sólidas y construir verdaderamente ese otro modelo alimentario desde la realidad de los territorios.

Esta responsabilidad debe partir de lo local hacia las dimensiones regionales y nacionales, e incluso a plantearlo en términos de la región latinoamericana. Ciertamente es la única manera de poder contrarrestar los intereses en juego que sostienen, legitiman y reproducen el modelo agroindustrial dominante. El Estado es acaso garante de los derechos humanos y está al servicio del bien común o es sólo una correa de transmisión de esos grandes intereses, que están concentrados y tienen sus ramificaciones en la academia, la ciencia, los medios de comunicación, etc., y también en todos los niveles de la política. Por ello, toca reflexionar y actuar para aminorar los monopolios que han creado las actuales maneras de producir y consumir alimentos.

Nuestros Estados están controlados en algún punto por esos intereses y la única manera de que se pongan a trabajar efectivamente al servicio del bien común es que esa demanda social, esa presión tan fuertemente organizada, pueda tener voceros y presencia en las dimensiones políticas, que finalmente son las que toman decisiones por todos y todas.

Nos toca construir el sistema alimentario con el enfoque agroecológico desde los actos más simples y pequeños, como el consumo, que debiera ser asumido como un acto político que comporta una facultad, pero también como la responsabilidad de elegir los alimentos que introducimos a nuestros cuerpos. Debemos hacer consciente el acto de consumo de elegir para que esté destinado a alimentarnos bien y empoderar a la agricultura familiar campesina indígena y a las economías sociales populares, en vez de seguir alimentando el agronegocio con el supermercadismo asociado. Para ello tenemos que interpelar a nuestro rol como miembros de una comunidad política, que amerita organizarse, crear redes, armar mercados, multiplicar conciencias, acercar a los productores con los comensales, gestionar la información relevante y cierta, y sumar esfuerzos que finalmente se concreten en políticas públicas.

¿Qué rol tiene la juventud en la construcción de la soberanía alimentaria?

En esta tarea y desafío, que es poner en agenda el interés colectivo del paradigma agroecológico, la juventud tiene –o debiera tener– el rol clave de movilizar las gestiones, activismos, investigación y acción para generar esos cambios necesarios, al igual que la universidad debiera asumir un papel en la convocatoria del análisis crítico de la realidad alimentaria en la que estamos sumergidos. En Argentina, independientemente, se ha dado inicio y continuidad a espacios como las “cátedras libres de soberanía alimentaria”, desde donde se promueve el diálogo de saberes dentro de la universidad y de ésta con la comunidad, como parte del cuestionamiento al modelo industrial pero también en defensa de la agroecología y la soberanía alimentaria y para construir el modelo que soñamos.

María Velma Echevarría

¿Qué estrategias se debe aplicar para lograr la soberanía alimentaria y fortalecer la agroecología en mercados fuertemente establecidos?

Desde la experiencia colombiana se rescata aspectos positivos y colectivos que han surgido en los “mercados solidarios”, que permiten generar una economía diferente, con otra lógica, con principios claros y tecnologías distintas, que no se benefician a costa de la calidad de vida de las personas ni de los recursos naturales.

Es clave apostar por los mercados campesinos en todas sus variantes. Su importancia radica en la cercanía que puede juntar a los productores, entre ellos y también con un relacionamiento sólido con los comensales.

Hasta la fecha el paradigma de la agroecología ha sensibilizado y convocado mayormente a los productores campesinos, aunque no tanto así a los consumidores. Para ello, los temas de la salud y la alimentación son movilizadores de discusión y diálogo.

Existen oportunidades desde la producción hacia los consumidores en un afán de direccionarlos hacia el poder que tenemos de transformar y dar la ruta de lo que se produce porque se consume. Hay la gran necesidad y oportunidad de ampliar esta sensibilidad en la sociedad, partiendo de la alimentación sana y saludable, interpretada no solamente como una moda sino como una posibilidad de estar en mejores condiciones de salud y vida, y para ello el medio es el paradigma agroecológico en la producción donde hay cierto camino recorrido.

Víctor Raúl Mayta

¿Qué hacemos con esta nueva generación de jóvenes, sobre todo del campo?

Sabiendo que en el Perú desde hace décadas la agricultura no es rentable y muchos de los jóvenes de la zona rural emigran a las grandes ciudades, debe haber un incentivo para que ellos decidan quedarse en sus territorios comunales y puedan dar continuidad a las actividades agrícola, ganadera, pecuaria, etc., pero principalmente a la tarea de producción de nuestros alimentos y, con ella, la conservación de semillas.

La intermediación en el mercado regional cusqueño mediante la experiencia “De la chacra a la olla” no ha funcionado, debido a que es vista como un acto de aprovechamiento donde unos pocos se benefician acopiando y trasladando alimentos, pasando por el productor agricultor, quien finalmente recibe pocos ingresos por su trabajo real.

Si un país, e incluso nuestra región de América del Sur, quiere la soberanía alimentaria, no solo debe enfocarse en el monocultivo, sino que tiene que fortalecer la diversificación productiva.

Eduardo Zegarra

¿Las crisis, como la pandemia, abren o cierran espacios para el paradigma de la soberanía alimentaria?

La pandemia viene generando desventajas, pero también trae consigo ventajas. Estamos viendo en el Perú que, en medio de esta tremenda crisis, ha aumentado fuertemente la importación de alimentos, como la leche, el maíz y el azúcar, mientras el productor nacional está prácticamente quebrado, de acuerdo a los alcances de Víctor Mayta. Estamos frente a un Estado que ha abandonado todo rol de protección de mercado interno y de la agricultura, y básicamente viene favoreciendo la importación de alimentos baratos e hiperprocesados, y muchas veces subsidiados.

La pandemia también ha planteado contradicciones muy graves al modelo agroalimentario mundial, como por ejemplo el que quienes más riesgo corren en relación al Covid-19 son las personas con sobrepeso y obesidad; la mala nutrición ha jugado un rol importante en la cantidad de pérdidas humanas que estamos teniendo con esta pandemia y genera un replanteamiento a partir de cómo este modelo agroalimentario en realidad es un modelo de la enfermedad y no de la nutrición. Entonces podremos abrirnos espacio para debatir y discutir la importancia de repensar los sistemas agroalimentarios.

¿Es posible determinar un precio justo para un producto agroecológico en comparación a otros productos convencionales?

El precio justo es crucial. Los consumidores nos hemos acostumbrado a comer cosas baratas que aparentemente son buenas y sin embargo no queremos pagar lo que hay que pagar por productos orgánicos, resultantes de procesos menos especializados y menos homogeneizados. Esta situación significa una oportunidad de trabajo conjunto para el Estado y la sociedad
civil, donde sea posible acercar a consumidor y al productor en cadenas cortas que los beneficie a ambos. Pero también surgen otros tipos de alianzas, como la que se ha dado en Perú entre la gastronomía y la agricultura familiar, jugando un rol importante en la moratoria de transgénicos. Así podrían aliarse disciplinas relacionadas a la salud, la gastronomía y la educación.

¿Qué estrategias se debe aplicar para lograr la soberanía alimentaria y fortalecer la agroecología en mercados fuertemente establecidos?

Hay una gran necesidad de que las comunidades y los territorios se diversifiquen, para no depender exclusivamente de un cultivo. Increíblemente, el 60 % del área de las pampas argentinas estén dedicadas a un solo cultivo y ésa es una grave contradicción con un proceso de diversificación. Esto significa la oportunidad para poder plantear la diversificación del paradigma agroecológico frente al escenario competitivo y monocultivista que resulta del actual modelo dominante.

Repositorio

Agroecología, soberanía alimentaria, agua y biodiversidad frente al cambio climatico

Construcción de alternativas frente al extractivismo

Género e Interculturalidad con enfoques interseccionales

Economía social, solidaria y popular para sociedades justas