MEMORIA de la CONFERENCIA Nº 04: Los Transgénicos como Componente de un Modelo de Crecimiento Agrícola Insostenible

CENTRO BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

SEMINARIO REGIONAL ANDINO AMAZÓNICO
DE AGROECOLOGÍA Y SOBERANÍA ALIMENTARIA

Construyendo agendas y alianzas globales desde los espacios territoriales

conferencia 04

LOS TRANSGÉNICOS COMO COMPONENTE DE UN MODELO DE CRECIMIENTO AGRÍCOLA INSOSTENIBLE

Fecha: 26 de noviembre de 2020.

Presentación:

  • Yerssey Caballero Palomino. Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente (Idma). Perú.

Expositora:

  • Elizabeth Bravo. Acción Ecológica. Ecuador.

Panelistas:

  • Javier Souza Casadinho. Universidad de Buenos Aires (Uba). Argentina.
  • Germán Vélez. Red por una América Latina Libre de Transgénicos (Rallt). Colombia.
  • Miguel Ángel Crespo. Productividad, Biósfera y Medio Ambiente (Probioma). Bolivia.
  • José Luis Ceballos Anfossi. Consorcio Agroecológico Peruano (Cap). Perú.

Moderadora: Cecilia Sueiro. Centro Bartolomé de Las Casas (CBC). Perú.

Elizabeth Bravo es doctora en ecología microbiana. Ha publicado libros sobre cultivos transgénicos, ambiente y naturaleza. Es docente universitaria y miembro de Acción Ecológica. Actualmente es coordinadora de la Red Por una América Latina Libre de Transgénicos (Rallt).

Javier Souza es ingeniero agrónomo, especialista en metodología de la investigación científica y social. Es miembro de la Sociedad Argentina de Agroecología y coordinador de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas de América Latina. Actualmente es profesor de la Universidad de Buenos Aires (Uba), Argentina.

Germán Vélez es ingeniero agrónomo, especialista en agroecología y desarrollo rural e investigador en sistemas agroforestales de zonas indígenas amazónicas. Forma parte de la Red Por una América Latina Libre de Transgénicos (Rallt), y es director de la corporación Semillas en Defensa de los Territorios, Colombia.

Miguel Ángel Crespo es administrador de empresas con especialización en estadística aplicada, forestería análoga y control biológico microbiano. Participa en plataformas de agroecología, ambiente y biotecnología. Es socio fundador de Productividad, Biósfera y Medio Ambiente (Probioma), Bolivia.

José Luis Ceballos Anfossi es agroecólogo, especialista en soberanía alimentaria y economía agraria y ecológica. Es investigador y docente en estudios sociales agrarios. Es miembro del Consorcio Agroecológico Peruano (Cap) y coordinador del Movimiento de Juventudes por la Agroecología y la Soberanía Alimentaria del Perú.

PRIMER BLOQUE

PRESENTACIÓN

Yerssey Caballero Palomino
Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente, IDMA (Perú)

Esta conferencia trata sobre los transgénicos como componente de un modelo de crecimiento agrícola insostenible, como parte de un seminario regional andino y amazónico de agroecología y soberanía alimentaria que busca construir agendas y alianzas globales desde los espacios territoriales que unen a los países de Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia. Su propósito es reflexionar a partir de las prácticas y procesos que las acompañan, e incidir en las oportunidades y desafíos que tienen la agroecología y la soberanía alimentaria en el marco del modelo de desarrollo actual.

En esta ocasión se abordará este tema sobre la base de los conocimientos y experiencias de los invitados e invitadas, quienes seguramente dejarán elementos para que podamos construir nuestra propia visión de la vida. Los transgénicos tienen más de dos décadas de utilización, tiempo suficiente para poder valorar la incertidumbre que trae su uso y que conduce a un modelo de crecimiento agrícola insostenible y para conocer las implicancias que tiene la tecnología relacionada con los transgénicos, pero, sobre todo, para ver cómo puede ganar terreno la propuesta agroecológica en este contexto.

EXPOSICIÓN

CULTIVOS TRANSGÉNICOS

Elizabeth Bravo
Acción Ecológica (Ecuador)

El debate sobre el uso de los cultivos transgénicos en América Latina es de suma importancia, más aún ahora que durante la pandemia se ha retomado el interés por este tipo de cultivos en la región, tal vez aprovechando la inmovilidad aparente en la que se está debido al confinamiento. Antes de hablar de los cultivos transgénicos, debemos conocer por qué los transgénicos atentan contra la soberanía alimentaria y contra la agroecología. A diferencia de la seguridad alimentaria –son conceptos diferentes–, la soberanía alimentaria es la capacidad que tiene el productor de controlar el proceso de producción de alimentos, incluyendo la producción de sus propias semillas.

El énfasis de la soberanía alimentaria está en el productor y el control del proceso productivo y de sus semillas, la capacidad de producir o de controlar sus propias semillas.

El 90 % de las semillas que circulan en el mundo se producen a través de sistemas campesinos de producción de semillas, que se remontan al origen mismo de la agricultura hace unos diez mil años. En ese proceso se generó una amplia variedad de semillas que se han ido adaptando a las condiciones agroecológicas locales de los diferentes lugares del planeta donde se practica la agricultura. Sin embargo, en las últimas décadas se observa un proceso de descampesinización porque se están desarrollando nuevos mecanismos para insertar el capitalismo en la vida rural y ampliar el sistema agroalimentario mundial corporativo en el campo y en toda la existencia.

En este proceso de inserción del capitalismo corporativo en la agricultura campesina –en que el campesino autónomo estorba–, las semillas tienen un papel importante porque quien las controla, controla el proceso productivo. Los procesos que se desencadenan a partir de esto, van a depender del tipo de semilla que se usa; es por ello que las semillas son vitales, y aquí entran en juego las semillas transgénicas.

Cabe abordar algunos de los mitos respecto a los cultivos transgénicos. Por ejemplo, se dice que los cultivos transgénicos van a solucionar los problemas del mundo agrícola, que son resistentes a las sequías y se pueden sembrar en zonas altas, o que se puede producir con los transgénicos en zonas de inundaciones, que detienen la deforestación, y así una gran cantidad de mitos. Lo cierto es que a nivel mundial existen cuatro cultivos que significan el 99 % de lo que se siembra de transgénicos en el mundo: la soya, que cubre el 50 % de cultivo transgénico global; luego se tiene el maíz, que es más del 30 %; el algodón, con el 13 %; la canola con 5,3 %; y el 1 % lo forman cultivos como la remolacha azucarera, la alfalfa, la papaya, calabazas, la berenjena, la papa y las manzanas.

Otro de los mitos es que a través de los transgénicos los campesinos se benefician porque pueden enfrentar las heladas, problema grave en la región andina. Sin embargo, lo que se siembra tiene dos características transgénicas principales. La mayor es la tolerancia a los herbicidas. A nivel global, el 47 % de los cultivos son tolerantes a herbicidas y el 12 % son resistentes a los insectos que incorporan dentro de su material genético, toxinas de una bacteria Bt; estos cultivos son plantas insecticidas que controlan ciertas poblaciones de insectos. La otra característica corresponde al 41 % de cultivos que tienen lo que se llama genes apilados, que incorporan tanto la resistencia a herbicidas como la tolerancia a insectos, constituyendo una bomba de tiempo para el ambiente, el consumidor y la agricultura. Y menos del 1 % tienen otras características, como la resistencia a virus. Realmente los cultivos transgénicos constituyen una continuación de la Revolución Verde, que promovía semillas de alto rendimiento y gran uso de agrotóxicos; la resistencia a insectos es resultado de este modelo porque los insectos surgen debido al monocultivo, promoviendo el uso de herbicidas.

Una característica de la agricultura transgénica es la compra de semillas cada temporada, pues las empresas miran como pérdidas el hecho de que los agricultores guarden semillas para la siguiente temporada, por lo que les obligan a través de contratos a que no las guarden. En esos contratos les dicen que tienen que georreferenciar sus predios y deben comprar semillas a vendedores acreditados, para de esa manera comprobar que han sembrado lo que han comprado.

Otra característica es la profundización de la mecanización agrícola. Actualmente se habla de la agricultura 4G, en la que se trabaja a través de imágenes de satélites, desapareciendo la figura del agricultor; ahora lo que se tiene es la presencia de un tecnólogo que maneja una máquina a la que da las instrucciones de lo que se tiene que hacer, de modo que esa fuerte ligación con la tierra desaparece. Esto solo es posible con el monocultivo, que facilita la fumigación aérea, la cual, en este modelo altamente mecanizado, solamente es rentable con grandes extensiones del mismo cultivo, porque si se hace fumigación aérea para pequeños predios con transgénicos y el resto no, por supuesto que los herbicidas van a entrar y destruir en los otros cultivos.

Los cultivos transgénicos, en realidad, se insertan en un engranaje más complejo. Por ejemplo, un cultivo de soya transgénica que está destinada a la alimentación animal y va a ser exportada a diferentes países de Europa o Argentina, requiere, para sostener este modelo, una gran cantidad de agua y energía, es decir, ampliar la frontera petrolera; además, se necesita aumentar la explotación de minerales porque los medios que transportan la carne o alimentación animal en otras partes del mundo requieren, a su vez, gran cantidad de minerales y de energía, lo que, por otra parte, va produciendo un desplazamiento de la población. Es decir, hablar de transgénicos es referirse a un sistema muy complejo, modelo que utiliza elevadas cantidades de agua y energía.

Los cultivos transgénicos están diseñados para ocupar grandes territorios y por eso expansión de los monocultivos promueve la deforestación. Ha habido un debate sobre esto y uno de los argumentos a favor es que detienen la deforestación, sin embargo, se puede demostrar lo contrario con datos. La resistencia a herbicidas facilita la fumigación aérea e impide el desarrollo de otros cultivos que no resisten a los herbicidas, por lo que se necesita zonas continuas del mismo monocultivo. En el caso de los cultivos tolerantes a herbicidas, es un paquete que está formado por semillas de soya transgénica más fumigaciones aéreas, mayores áreas y siembra directa, con resultados como el acaparamiento de tierras y la destrucción de la naturaleza, en detrimento de la soberanía alimentaria y la salud local.

El modelo de producción transgénica promueve la deforestación y atenta contra los ecosistemas naturales. Un estudio hecho en 2018 muestra cuáles son las zonas más deforestadas en América del Sur, que coinciden con aquellas donde hay mayor expansión de cultivos transgénicos; el ecosistema más amenazado del mundo es el Cerrado brasileño y la soya transgénica ha sido la principal fuerza desencadenante de la deforestación.

Diversos ecosistemas están siendo afectados por la deforestación como El Chaco, las Pampas Húmedas y otros. Una vez que estos ecosistemas están totalmente tomados por expansión de la soya para la producción de alimentos para animales, se movilizan hacia otros nuevos ecosistemas como las sabanas tropicales, entre las que se incluye una región de de Brasil, los llanos de Colombia y el Chaco de Bolivia, Paraguay y Argentina. Ya se observa la construcción de nuevas pistas de aterrizaje para servir a la zona transgénica en el Chaco paraguayo.

Las semillas transgénicas se comercializan y siembran con el fin de vender herbicidas y cobrar derechos de propiedad intelectual a través de la venta de semillas; no es coincidencia que las empresas que venden los herbicidas sean las mismas que venden las semillas. Además, nuevos estudios muestran que el capita
l financiero está detrás de estas grandes empresas que venden tanto herbicidas como semillas. Hay una gran complejidad en el tema de los transgénicos, pues no solamente es cuestión de decir que la modificación genética produce daños, sino que genera una alteración de los ecosistemas, la salud y la naturaleza.

De especial preocupación es el maíz transgénico porque América Latina, en general, es centro de diversidad del maíz, y en particular, la región andino amazónica es un centro secundario de diversidad, y, dado que el maíz es una especie de polinización abierta, hay grave peligro de que se produzca una contaminación genética; de hecho, ya hay indicios de ello. Según Piperno, el maíz es un cereal nativo de América con una gran importancia cultural y, a pesar de que su centro de domesticación ha sido Mesoamérica, de allí se difundió hacia todo el continente y se tienen hallazgos en varios países de América Latina; en Uruguay se ha encontrado maíz ya sembrado hace unos 4 mil 300 años.

Según datos del 2018, a nivel mundial hay 58,9 millones de hectáreas sembradas de maíz transgénico, que corresponde al 30 % del total sembrado a nivel global. De esta área, 5,5 millones son resistentes a insectos (9,3 %), es decir son cultivos Bt; 5,6 millones (9,5 %) son resistentes a herbicidas, no solo glifosato porque las malezas que se quiere controlar han desarrollado ya resistencia, entonces cada vez se utilizan herbicidas más fuertes; y 47,8 millones (81 %) son resistentes a insectos y herbicidas. Nuevos cultivos que se proyectan al futuro en América Latina son el trigo transgénico, resistente al glufosinato y a las sequías, sobre el que hay un gran debate en Argentina por ampliar la frontera agroindustrial a zonas marginales; y la caña transgénica, resistente a la broca de caña, desarrollada y aprobada en Brasil, y relacionada con la ampliación de la frontera de cultivo para los agrocombustibles.

Este modelo beneficia a las empresas de semillas, que también son productoras de insumos, como Bayer/ Monsanto, Coterva, BASF y Syngenta. En la producción se tiene a las grandes élites locales, pool de siembra y empresas proveedoras de servicios; cada vez hay mayor capital financiero especulativo en la producción, porque se hace mediante el arrendamiento de tierras en el Cono Sur.

La trasformación y el transporte es hecho por cuatro empresas: Cargill, ADM, Bunge y Louis Dreyfuss; esta última fue comprada por una empresa de Emiratos Árabes, porque ellos tienen un problema de producción propia de alimentos. En cuanto al consumo, se cree que somos nosotros, pero en realidad los grandes consumidores de transgénicos son la industria avícola y porcícola, la industria alimenticia de transformación, las cadenas de supermercados y los agrocombustibles. Cabe mencionar que este modelo produce gran cantidad de desechos, que perjudican a la sociedad y a la naturaleza.

Respecto a la responsabilidad de este modelo en la generación de la pandemia, específicamente del Covid-19, si bien se tiene varias teorías sobre su origen, por ejemplo, que pudo ser hecho en un laboratorio, escapado o a propósito, está comprobado que fue zoonosis, paso de animal a humano, en este caso a partir de un murciélago. También se menciona a la devastación ambiental (represas, deforestación) y el tráfico y venta ilegal de vida silvestre (este caso no se puede sostener mucho). Además, se tiene la cría masiva de animales, porque en la provincia de Wuhan, China, existe lo que se llama el cinturón avícola, donde se produce aves masivamente; también China compró a la empresa más grande del mundo de producción de cerdos. Realmente puede ser una combinación de varios de esos factores que hicieron que el virus, que convivía pacíficamente con los murciélagos, se transforme en una enfermedad, luego en epidemia, y a través del comercio de commodities y los viajes internacionales se haya convertido en una pandemia.

La cría masiva de animales es relevante para el análisis de la pandemia porque, en medio de la crianza, los transgénicos surgidos de Argentina, Brasil o Paraguay, más la gran cantidad de antibióticos y antivirales que reciben los animales tanto para que crezcan mejor y más rápido como para evitarles enfermedades de bacterias; los residuos y heces fecales que producen y los genes de resistencia a antibióticos y antivirales que se generan en este ambiente tóxico; generan la posibilidad de zoonosis, es decir, el paso de una enfermedad animal a seres humanos, que es muy fácil que luego se transforme en pandemia.

El 35 % del consumo mundial de huevos se produce en China, que es el tercer consumidor de huevos en el mundo. Asimismo, este país consume aproximadamente 700 millones de cerdos al año, que es la mitad del consumo mundial. Para sostener este modelo se produce una gran cantidad de agrotóxicos, energía y pienso, que en su mayoría se produce en Sudamérica, lo cual luego genera contaminación ambiental, desechos y, por supuesto, epidemias. A la vez, se observa que durante la pandemia la exportación de soya de Brasil se incrementó en un 15 %, y la de carne de cerdo congelada (2,5 mil millones) en un 60 %. De las exportaciones de Brasil a la China, la soya fue la más importante, con 16 mil millones de toneladas, equivalente a un 26 % del PBI agrícola de la China. Argentina, por su parte, ha exportado 1,3 millones de toneladas de carne de chancho, y se está planteando producirla para alimentar al mercado chino.

Cabe dejar un ámbito de esperanza porque tanto en Colombia como en Perú se está discutiendo una prohibición de los transgénicos; en el caso del Perú se debate una moratoria a este tipo de cultivos que, aunque de hecho no es suficiente, constituye un gran paso. Los cultivos transgénicos desencadenan todo un modelo productivo, como el que se ha descrito, por lo que desde América Latina se espera con ilusión que el nuevo presidente de Perú promulgue lo que ya aprobó el Congreso: la moratoria por quince años a los cultivos transgénicos.

SEGUNDO BLOQUE

INTERVENCION DE LOS PANELISTAS

Javier Souza Casadinho
Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas de América Latina, RAP-AL (Argentina)

Existe la idea de un modelo con componentes de la industria transgénica, fertilizantes, plaguicidas, pienso y alimentos para el ganado, materias primas, mercancías, alimentos, cuyo objetivo es incrementar la producción sin atender a la sostenibilidad ni la alimentación integral ni la relación con los bienes naturales y el resto de los seres vivos. El problema se extiende a las zonas donde se producen los monocultivos fundamentales, sean transgénicos o no. Las semillas transgénicas e híbridas están dentro de un modelo que representa unas condiciones de producción que implican un alto uso de insumos que están en un proceso de artificialización de la naturaleza, que cada vez demanda más plaguicidas y fertilizantes, que no solo son caros y exigen un incremento en la escala de producción, sino que también son altamente contaminantes del agua, suelo y aire, y son productores de enfermedades en los seres vivos, donde sea que habiten. Queda, pues, clara la asociación entre plaguicidas y transgénicos.

Se tiene que pensar en un modelo extractivo donde la interacción de los seres humanos con la naturaleza tenga que ver con el respeto de los ritmos y las relaciones naturales, que se ha ido perdiendo. Las posturas tradicionales sobre la naturaleza la conciben como un conjunto de objetos que son reconocidos o valorados en función de las personas y que se pueden usufructuar, y no se la entiende como un conjunto de seres vivos y bienes naturales, del cual los seres humanos somos tan solo una de las partes. Los valores son creados por el ser humano y sus expresiones más comunes son, por ejemplo, la asignación de un valor económico a algunos recursos naturales o la adjudicación de derechos de propiedad sobre espacios verdes. El debate sobre la liberación al medio, la expansión en la utilización y el efecto de los cultivos transgénicos y su paquete de plaguicidas asociados, debe incluir, pues, la cosmovisión sobre las interacciones entre los seres humanos y la naturaleza.

Solo para pensar la cantidad de transgénicos que van de la mano con los agrotóxicos, se tiene el caso de Argentina, con 500 millones de litros de plaguicidas, gran parte ellos altamente peligrosos; cabe recordar que antes de la presencia de los transgénicos se estaba usando solo 60 millones de litros. Se puede decir que esta presencia tiene que ver con la expansión de las tierras cultivables, lo cual ha ido creando la resistencia de insectos y de herbicidas. Los principios activos que se comercializan en Argentina se utilizan en actividades agrarias intensivas y extensivas, productos domisanitarios, línea de jardín y en campañas sanitarias; estos productos se expenden bajo diferentes nombres comerciales, en los cuales varía la concentración del producto activo, la forma de presentación y la empresa fabricante.

La promesa de los transgénicos en 1996 en Argentina fue acabar con el hambre en el mundo, incrementar los rendimientos, mejorar las estrategias para el control de plagas, incluida la reducción en el uso de plaguicidas, mejoras para el consumidor y la reducción de la deforestación. Ninguna se cumplió. Los rendimientos y muchas investigaciones demuestran que bajo el manejo agroecológico se produce más que los cultivos transgénicos. Se tiene que tener esto muy claro. Hay que pensar en cómo incide que se crea que los transgénicos en sí mismos incrementarán la producción, cuando en realidad dependen de un gran paquete tecnológico y un alto costo energético.

Se decía que los transgénicos iban a reducir los costos, y con las mismas productoras se demuestra que no es así, básicamente por el costo de las semillas transgénicas, los fertilizantes y los plaguicidas. Respecto a la reducción de la deforestación, en Argentina se ve cómo se incrementó la superficie agrícola deforestando en Chaco y en Salta. Tampoco se acabó con el hambre en el mundo; en Argentina están los cultivos de soja y trigo transgénicos, y, sin embargo, más del 40 % de las personas viven bajo la línea de pobreza y cerca de mil millones de personas en el mundo padecen hambre pese a la expansión de los transgénicos. No es posible separar la adopción de las semillas transgénicas de la ampliación de la frontera agrícola y la deforestación, la expansión de los monocultivos (soja, maíz, algodón), un estilo de hacer siembra directa, la utilización de plaguicidas (paquetes tecnológicos) y el reemplazo de actividades agrarias y su efecto social.

La introducción de organismos genéticamente modificados en Argentina tuvo una gran influencia de la industria y los gobiernos, pero también de los medios de comunicación, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta), las universidades y la enorme incidencia de las empresas en el gobierno neoliberal de Carlos Menem. No hay que dejar de decir que la influencia se dirigió a Argentina como país donde se iba a comenzar a introducir los transgénicos y después se trató de incidir en los gobiernos de Uruguay, Bolivia, Brasil y Paraguay. Las estrategias que hoy tienen las empresas de tipo comunicacional diciendo que los transgénicos van a resolver el problema de la seguridad alimentaria, no en términos de soberanía, plantean la necesidad de detenerse en cómo la ciencia va a resolver esos mismos problemas con otras tecnologías.

La resistencia a los herbicidas también se ve en Argentina. En 1999 había 4 especies tolerantes, pero para el 2004, 7 especies eran tolerantes o resistentes. En el 2020, 28 millones de hectáreas estaban afectadas por las plantas silvestres resistentes o tolerantes a los herbicidas (39 biotipos de 21 especies, como el yuyo colorado, alepo, pata de gallina, etc.), y por el incremento del uso de herbicidas (mayor costo de producción, más contaminación del agua y el suelo, intoxicaciones de seres vivos). En este país se ha llevado a cabo ataques a científicos relacionados con investigaciones sobre el efecto del glifosato en la expresión de genes en seres vivos, y la relación entre la exposición a plaguicidas y el desarrollo de enfermedades.

Se sigue con esta mirada reduccionista en tres procesos iniciados por el gobierno argentino: El primero, la autorización para el cultivo de trigo transgénico, que es tolerante a la sequía, resistente al glufosinato, por lo que incide en un incremento del uso de amonio, producto de categoría 2, moderadamente peligroso, pero que, según información de la Unión Europea, es un perturbador del sistema reproductor.

El segundo, el transgénico avanza en zonas frágiles, sobre todo en ecosistemas con menos cantidad de lluvias y fragilidad de los suelos, por lo que prevé que haya incidencia en la perturbación del suelo y del ecosistema; esta iniciativa está acompañada con la de 200 millones, donde se busca generar condiciones para producir oleaginosas, cereales y legumbres.

La tercera, una ley de plaguicidas que no tiene en cuenta los avances de las investigaciones ni el Acuerdo de Escazú. En otros países se sigue pensando en el desarrollo vinculado al crecimiento, y éste atado a producir más sin considerar la relación con los bienes naturales ni atender a la soberanía alimentaria. Hay que pensar en la soberanía alimentaria de la producción, pero también en la calidad de los alimentos que se va a consumir, pues los transgénicos alteran la calidad de los alimentos, además de incidir en la producción de otros productos esenciales para la alimentación.

Al respecto, desde hace 25 años las Ong y las redes realizan actividades de investigación, sensibilización, denuncia, capacitación y promoción de la agroecología. Se han hecho actividades para denunciar, pero también para mostrar que desde la agroecología se pueden generar otros nexos. No hay posibilidad de regular la investigación y uso de transgénicos, y que no contaminen e incidan en la alimentación, lo que genera la profundización de antiguos problemas como el uso de plaguicidas y la deforestación.

Se puede producir todos los cultivos sin usar transgénicos, a través de la c
onservación de semillas que son la base de sustentación de alimentos y de los agroecosistemas. Es posible producir alimentos a través del paradigma de la agroecología, en el cual los seres humanos se quieren reintegrar con la naturaleza.

MAÍZ TRANSGÉNICO EN AMÉRICA LATINA:
UNA AMENAZA SOBRE EL AMBIENTE, LA BIODIVERSIDAD Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIA

Germán Vélez
Grupo Semillas (Colombia)

Se tratará sobre el maíz transgénico en América Latina y qué significa para los países la introducción de este tipo de tecnologías, examinando algunos elementos fundamentales de este debate para los países y los sistemas agroalimentarios.

América Latina es el centro de origen y diversidad de los primeros cultivos que sustentan la agricultura y la alimentación, que también han sido parte importante de las culturas ancestrales que han sido criadas mediante el trabajo, la creatividad, la experimentación y el cuidado colectivo de las semillas, que a su vez ha llevado a diversas formas de alimentar, cultivar, compartir y desarrollar sus visiones del mundo. Los pueblos han sido los que han cuidado estas semillas, las han llevado consigo y han permitido su circulación a través del espacio y el tiempo, y las mujeres han tenido un papel protagónico no solo en esta creación y conservación, sino también en la selección, uso e intercambio de esa enorme diversidad.

El maíz tiene un centro de origen mesoamericano, pero la región andina y el Cono Sur también tienen muchos centros de diversidad, por lo que hay gran cantidad de razas nativas en cada país, como México, Guatemala, Bolivia, Perú, Brasil, Colombia y otros. Gran parte de esa diversidad se ha ido perdiendo, pues según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (Fao), en el siglo pasado más del 75 % de la agrobiodiversidad que existía en el mundo ya no está más. A pesar de esto, los campesinos tienen más de 7 mil cultivos; sin embargo, la agroindustria sólo se ha centrado en 150 especies y 5 cultivos, especialmente en los de la Revolución Verde y tecnológica que sustentan la producción y alimentación global.

La cultura del maíz está muy amenazada, especialmente por la pérdida de la diversidad del maíz criollo y nativo, y la disminución del área de cultivo del maíz tradicional en casi todos los países, como consecuencia de este modelo de desarrollo insostenible, las leyes que llevan el control corporativo de las semillas, y la contaminación de la diversidad de maíces criollos. Muchos países importan gran parte del maíz para semillas y consumo, lo que conlleva a una pérdida de la producción nacional de este cereal, especialmente el subsidiado por países del Norte, que entra a menor costo que el producido localmente y ha llevado que los agricultores locales se vayan a la ruina. Estos maíces transgénicos han generado enormes ganancias a los grandes agricultores tecnificados, pero a los pequeños que se han enganchado en esta tecnología les ha llevado a tener pérdidas económicas, pues los gobiernos sólo promueven la agricultura tecnificada y no apoyan la producción campesina tradicional y local.

La diversidad de cultivos ha evolucionado y se ha adaptado a las condiciones ambientales y culturales, y a las necesidades alimentarias de los pueblos indígenas campesinos y las comunidades locales. Por ello, a pesar de que los cultivos locales tienen una mayor exposición a los riesgos climáticos originados por estos modelos de desarrollo insostenibles, poseen una resiliencia a la variabilidad climática debido a que los campesinos cuentan con prácticas que responden mejor a estas condiciones y han reducido la vulnerabilidad a los fenómenos climáticos extremos. Por eso es que se plantea que en los países de América Latina no se debería tener transgénicos en los centros de origen y diversidad de la materia de estos cultivos, pues cuando entren las tecnologías se van a ver contaminadas genéticamente por estas semillas. Todo esto lleva a la conclusión de que la coexistencia de cultivos transgénicos y los no transgénicos es imposible, porque la contaminación irremediablemente va a generar el cruce de, en este caso, maíces criollos y transgénicos.

Hay muchas formas de contaminación genética de los centros de origen y diversidad. La contaminación genética es inevitable e irreversible. En la que se produce mediante el cruce de genes vía polinización abierta y cruzada, la contaminación será mucho más rápida y contundente a través del viento, los insectos y los animales. Este flujo de genes vía polinización cruzada produce la contaminación de semillas y tubérculos, debido a la importación de alimentos que entran al sistema alimentario y semillas, los programas de fomento agrícola y ayuda alimentaria que promueven estas tecnologías, y también porque los agricultores y las comunidades intercambian semillas y productos de una región a otra, experimentando con nuevas semillas que llevan a la contaminación. En Estados Unidos hay una emergencia de malezas debido al aumento del uso del glifosato; ya hay más de cuarenta malezas resistentes al glifosato, lo que ha llevado a que los agricultores tengan que usar herbicidas mucho más tóxicos como el glufosinato de amonio, auxinas, 2,4-D y Dicamba. Igualmente, en Argentina han aparecido una gran cantidad de casos de malezas resistentes al glifosato y otros herbicidas. Los cultivos genéticamente modificados no son, pues, más amigables con el ambiente.

Unos de los argumentos más fuertes que tiene la industria de los transgénicos es que genera más productividad, mayor ingreso para los agricultores y sus familias por la protección de sus cosechas, menos costos de producción y facilidad de manejo de sus cultivos. En el mundo sólo hay dos tipos de transgénicos (tolerantes a herbicidas y Bt) y la productividad de los agroecosistemas es muy compleja, pues interactúan múltiples factores que tienen que ver con un proceso evolutivo y adaptativo de las plantas a las alteraciones del ambiente, que no depende solo de unos genes modificados. A veces, al introducir tecnologías tolerantes a herbicidas y Bt sobre variedades que previamente son mucho más productivas, se podría presentar incrementos de producción por efecto de disminuir la competencia de las malezas o el control de algunas plagas, pero no por ser plantas transgénicas, dando la falsa idea de que, al incrementarse la producción, es resultado del aumento de la productividad, aunque en realidad las modificaciones no tengan que ver con las plantas transgénicas.

También la industria plantea que el cambio climático afectará drásticamente los sistemas agrícolas con mayor recurrencia de periodos de sequías e inundaciones, por lo que necesitamos de la tecnología para adaptarnos y evitar la catástrofe climática y alimentaria. Esta alteración de los sistemas agropecuarios, con el impacto de las crisis climáticas como las sequías e inundaciones, plantea que la biotecnología es una herramienta para la solución a estos problemas; sin embargo, igualmente un gen modificado no es suficiente para alterar estos ciclos metabólicos y de adaptación de las plantas a un determinado ambiente, pues los genes trabajan en grupo. Por ejemplo, la expresión de los mecanismos de resistencia a la sequía depende de múltiples factores, como la interacción del genoma con el ambiente externo del organismo. Los cultivos genéticamente modificados no ayudan, pues, a enfrentar el cambio climático.

El trigo transgénico resistente a la sequía –que al final es una estrategia más de la empresa para vender el glufosinato de amonio, herbicida que es más tóxico que el glifosato y está prohibido en muchos países–, se presenta como adaptado a los cambios climáticos. Colombia tiene liberado el maíz transgénico al ambiente hace más de quince años, por lo que tiene más de 88 mil hectáreas de este cultivo, pero se ha hecho pruebas sobre los maíces criollos en las redes de agricultores y de semillas, y se ha encontrado que diversas variedades criollas ya han sido contaminadas. Igualmente, en la evaluación de los maíces comerciales certificados que no son transgénicos se ha encontrado cinco tipos de semillas, de las más comerciales que compran los agricultores, que ya están contaminados con el Bt y TH. Lo crítico es que los agricultores que las compran finalmente no pueden saber si son libres de transgénicos. También se ha encontrado
que, en varias regiones de Colombia, los agricultores han fracasado y perdido entre el 75 % y 90 % de la cosecha; cuando se hace el reclamo a las empresas señalan que esto no tiene que ver con las semillas, sino que es un problema climático o porque no saben manejar bien las tecnologías.

En conclusión, hay estrategias sociales para enfrentar las leyes de semillas y los transgénicos, y multiplicidad de acciones como la defensa de los territorios y los sistemas de producción local; la conservación y uso de la biodiversidad en los sistemas de agricultura tradicionales; los intercambios y trueques de semillas; la persistencia de la movilización social, la desobediencia y la resistencia civil; los territorios libres de transgénicos; las alianzas entre consumidores, Ong, academia y medios de comunicación; y las acciones judiciales y las demandas jurídicas mediante leyes de semillas y organismos genéticamente modificados. También se cursa un proyecto de acto legislativo que busca reformar la Constitución prohibiendo la introducción, comercialización y producción de semillas transgénicas, que ha sido difícil porque hay una presión grande de la industria biotecnológica, e incluso de algunos sectores de la academia, el gobierno y del Estado que lo quieren impedir. Sin embargo, lo más importante, antes que aprobarla, es que este tema se ha puesto sobre la mesa al debate público y toda la sociedad debe saber de la pertinencia o no de este tipo de producción.

En síntesis, los pueblos y las comunidades plantean que las semillas deben declararse como bienes comunes de los pueblos, libres de propiedad intelectual y de transgénicos, y los agricultores locales tienen claro que, si se deja perder el control local de los bienes comunes, se pierde la libertad, la dignidad y la autonomía alimentaria.

CONTEXTO GLOBAL DE LA AGRICULTURA

Miguel Ángel Crespo
Productividad, Biósfera y Medio Ambiente, PROBIOMA (Bolivia)

La soberanía alimentaria es un tema vital para la región y para el mundo, dado que nuestro continente es uno de los mayores proveedores de alimentos a nivel global, por lo que debería tener la fuerza para imponerse a la influencia del agronegocio en las políticas públicas. La soberanía alimentaria señala la capacidad que debe tener el productor campesino de controlar el proceso de producción de alimentos y semillas. Al respecto, cabe recordar las palabras de Henry Kissinger, que fue Secretario de Estado de Estados Unidos: “controla el petróleo y controlarás las naciones, controla los alimentos y controlarás a la gente”, frase que resume la visión y la misión de los agronegocios a nivel global, rompiendo con el concepto de la soberanía alimentaria. Esto se expresa en que actualmente diez empresas controlan el mercado alimentario global y la producción de la cadena de alimentos desde las semillas y químicos hasta el proceso de transformación de los mismos, con una facturación de más de 400 mil millones de dólares.

El control de las semillas y el modelo de producción con agroquímicos vulnera el derecho humano a la alimentación. Es decir que el control de las semillas es clave para la producción desde el punto de vista convencional de alimentos y cultivos, pero así mismo el control de los agroquímicos. Estos dos pilares de alguna manera vulneran el derecho humano a la alimentación porque, a nivel de toda la cadena, 7 empresas controlan el 70 % del mercado de semillas comerciales, a pesar de que hay 7 mil cultivos que están en manos de los campesinos; 6 empresas controlan el 78 % del de pesticidas; 10 empresas tienen más del 50 % del mercado de fertilizantes; y 6 empresas controlan el 80 % de maquinaria y datos agrícolas –¡la tecnología de la información está controlada apenas por seis empresas!–. Todo esto demuestra que el nivel de control sobre la cadena de producción de alimentos está concentrado en muy pocas empresas y que éstas inciden en las políticas públicas, pero más que todo influyen en qué y cómo debemos comer.

En términos globales, este modelo, mal llamado Revolución Verde, está asociado a los transgénicos y en 26 años han usado más de 4280 millones de toneladas de agroquímicos. Esto muestra en qué medida la producción de monocultivos está asociada al uso de agroquímicos, pues los datos son horrorosos.

En términos de cantidad de cultivos, los países desarrollados están ralentizando la producción de transgénicos, pero los países en desarrollo todavía continúan con la tendencia al incremento de los mismos y una gran parte de la superficie cultivada se concentra en cuatro cultivos. En el caso de Bolivia, la agenda del agronegocio está concentrada en tres: soya, maíz y algodón. Esto muestra que la agenda que manejan los gobiernos, como el caso de Bolivia, no es una agenda nacional, sino fundamentalmente es la agenda del agronegocio que impone su voluntad a todos los Estados donde sea posible hacerlo.

Sin embargo, los medios de comunicación critican mucho a quienes se oponen aduciendo que no manejan datos científicos, cuando realmente sí muestran evidencias. En el caso de Bolivia, dicen que oponerse a los transgénicos es oponerse a la tendencia mundial, cuando en realidad sólo 24 países de los 194, están llevando adelante o están concentrando la producción de transgénicos, de cuales 5 países concentran el 91 % y 19 el 8,7 %. Además, algunos países están reduciendo el uso de transgénicos y en el Perú, el Congreso ya aprobó la moratoria.

Los mitos, pues, se caen como producto de la crisis del propio modelo de la Revolución Verde y se ve que más de 495 especies de maíces son resistentes a los herbicidas –la naturaleza se defiende– en todo el mundo, así como el amaranto. En el caso del glifosato, en Bolivia se observa 12 malezas resistentes, y por esta razón las propias empresas recomiendan como complemento la aplicación de herbicidas, que están prohibidos en muchos países. Éstas son bombas de tiempo que se aplican en los cultivos y que después generan graves problemas en los suelos, la desaparición de la microfauna y la aparición de enfermedades y patógenos muy agresivos.

Otro tema de interés es que los polinizadores se enfrentan a la extinción. Un 75 % de los cultivos del mundo dependen de la polinización y, al afectar zonas ricas de biodiversidad, se está afectando también a los polinizadores, que son importantes para la producción de alimentos. Lo mismo, el 90 % de las plantas silvestres dependen de la polinización animal, el 16 % de polinizadores vertebrados y el 40 % de invertebrados (abejas y mariposas, sobre todo) que están amenazados de extinción. Se puede decir que entre 235 mil millones y 577 mil millones de dólares de la producción anual de alimentos se genera por los polinizadores. No se quisiera llegar a la situación de China que está polinizando a mano los frutales, que es el extremo más horrible que se podría imaginar, pero que está ocurriendo en un país que cada vez demanda más alimentos.

Bolivia está entre los ocho países más ricos en biodiversidad, pero esto no está siendo aprovechado para el desarrollo sostenible del país, pues los agronegocios determinan la dirección de las políticas públicas, debilitando la soberanía alimentaria, concentrando la producción de alimentos e imponiendo su voluntad al gobierno.

Como ejemplo, en Bolivia si bien se ha incrementado la superficie agrícola, en cereales ha ido bajando y el 70 % de la harina es de importación, que se compra de Argentina y de USA. Se ha incrementado la producción de oleaginosas para exportación, como la soya de 12 % a 45 %. Un país tan rico en tubérculos, con más de 1300 variedades, ha disminuido de 17 % a 6 %, y ahora se importa papa de Chile, Perú y Argentina, lo cual es vergonzoso. También es un país rico en fruta silvestre, que se ha reducido de 7 % a 4 %; en hortalizas y forrajes, del mismo modo. Dentro de este panorama hay una población de 24 % subnutrida, que es presa fácil del Covid-19.

Entonces se ha dado el impulso al agronegocio bajo el mito de las exportaciones, pero la realidad es que también ha generado un gran impacto negativo con 1797 millones de litros de agroquímicos. En Bolivia hay un incremento de más de 560 % de agroquímicos, y si se ve en términos de litros de agroquímicos por hectárea, del 2001 al 2017 hubo un incremento del 150 %, pero el incremento del rendimiento es tan solo del 0,6 %; es decir, la agricultura no está en una fase de crisis, sino de desastre, llevado por este modelo.

Hay una estructura jurídica que prohíbe los cultivos transgénicos, desde la Constitución hasta decretos y leyes, que son nada más que texto porque el Estado, desde el gobierno de Evo Morales y el anterior, no los respeta y no se preocupan si violan la ley; de esta manera, no hacen nada ante la introducción de maíz transgénico y encima de ello, generan deforestación como producto de la insostenibilidad del modelo, llegando a 6,4 millones de hectáreas de la quema de bosques y pastizales. Este año se ha completado con 2,8 millones de hectáreas más, a pesar de que se ha hecho una serie de advertencias sobre los problemas causados por la deforestación, que ha continuado.

Pero hay esperanza. La agroecología, con herramientas como el control biológico microbiano, es una realidad, a pesar de las leyes y la influencia del agronegocio. Solo agregar que los mejores aliados –que casi no son tomados en cuenta– son los consumidores y los medios de comunicación, quienes están en una batalla en la que, más que la producción de los agronegocios, la promotora de lo que se vive hoy en día ha sido la agroecología, que ha resultado ser la base para enfrentar la pandemia.

Eduardo Zegarra
Grupo de Análisis para el Desarrollo, GRADE (Perú)

Los conceptos de seguridad y soberanía alimentaria son importantes cuando se trata de abordar el futuro de la alimentación, la agricultura y la salud, que dependen fuertemente del consumo de alimentos con cualidades apropiadas por los consumidores. Sin embargo, resulta necesario mirar el paradigma dominante cuyo planteamiento está dado desde el enfoque de libre mercado, donde éste autorregula sus atribuciones. Esta ideología plantea que el mercado resuelve todo por sí solo, prescinde del Estado y no requiere contrapesos sociales; desde esa forma de desenvolverse, los últimos cincuenta años ha venido imponiendo cambios complicados en el mundo, que siguen generando gravísimos problemas sanitarios, sociales y económicos, así como daños ambientales irreparables.

Frente a este escenario de desgobierno del mercado, la agroecología se muestra como un paradigma alternativo compuesto de las acciones y voluntades de las organizaciones campesinas, sectores intelectuales y de pensamientos alternativos, en algunos casos con la participación de asociaciones de consumidores o comensales, quienes en su conjunto plantean alternativas dialogantes con otros sectores potencialmente aliados, tanto teóricas como prácticas, que se pongan frente al actual sistema económico dominante.

Dentro de ello, resulta vital considerar algunos aspectos característicos del mercado con el cual lidiamos. El dilema económico central de la soberanía alimentaria se refiere al rol del mercado y del Estado en este sistema agroalimentario. La soberanía alimentaria debe definirse a nivel de sistemas agroalimentarios y sus interacciones no pueden estar sustentadas exclusivamente en una parte de los actores o recursos. El sistema agroalimentario dominante, cuyo ejemplo extremo es Argentina, promueve una agricultura que ha sido transformada basada en transgénicos y en una relación con el mercado.

El mercado y los sistemas agroalimentarios en el mundo

Minorías de poderosas empresas transnacionales a nivel mundial han logrado básicamente controlar y acumular mucho poder detrás del actual modelo económico y alimentario, decidiendo qué y cómo comemos, con una gran pérdida de soberanía. Ése es el proceso que hemos tenido durante los últimos cincuenta años, que ha llevado a la llamada liberalización del comercio agropecuario a nivel mundial y a la expansión sin precedentes de los cultivos transgénicos bajo una lógica de generar enormes ganancias, pero con poca atención real a los dilemas de la alimentación y a las necesidades de generar mejores y más nutritivos alimentos.

El mercado por sí mismo puede lograr un rol positivo y progresivo para la humanidad, pero también puede ser una especie de arma de destrucción medio satánica, como dice Mike Polangi, sobre todo cuando cae en esta lógica de que puede autorregularse y básicamente se convierte en una confluencia de intereses específicos que lo que hace en realidad es acumular mucho poder.

Agroecología y mercado

Para la seguridad y la soberanía alimentaria es clave cómo interpretar el mercado, teniendo en cuenta sus ventajas y limitaciones o problemas. Esa interpretación cautelosa llevará al enfoque agroecológico a dar pasos con mayor sostenibilidad, pues, como todo gran dilema económico, el de la soberanía alimentaria se refiere al rol del mercado y del Estado dentro de un sistema agroalimentario. Aquí cabe pensar en los procesos registrados en el modelo agroalimentario que rige actualmente en Argentina, cuya agricultura ha sido completamente transformada en “una de las agriculturas más potentes del mundo”, constituyendo un extremo del modelo alimentario basado en transgénicos y agrotóxicos; está sustentado en un paradigma tecnológico específico y en una estructuración de mercado globalizado que concentra poder y decide finalmente cuales serán los “alimentos” que consumiremos y cómo nos alimentaremos, haciendo perder capacidades de decisión y de soberanía sobre los recursos, técnicas y semillas empleados por los agricultores para su proceso productivo. Sin embargo, esta relación entre el mercado y el sistema alimentario tiene que ver no exclusivamente con los agricultores, sino también con los intermediarios, y convoca, por supuesto, a los consumidores o comensales, que también formamos parte del mercado y sus dinámicas.

Las ventajas del mercado son la coordinación de las decisiones de la oferta y demanda de millones de agentes; la generación de incentivos de producción que reflejan preferencias y hábitos de consumidores; tiene economías de especialización y una división del trabajo; el aprovechamiento de las diferencias en las dotaciones de recursos; y los incentivos a la innovación tecnológica.

Las limitaciones y problemas del mercado son que sólo atiende a quien tiene capacidad de compra y activos; las preferencias de compra y hábitos son manipulados por los intereses de la industria alimentaria; la concentración de recursos en pocas manos; las fallas de mercado generan una ineficiente asignación de recursos y problemas ambientales; y los derechos monopólicos sobre patentes e innovaciones.

Debemos tener cuidado cuando simplemente decimos que el mercado per se es una mala manera de generar decisiones. El problema es que la otra alternativa del Estado es muchas veces peor; el Estado haciendo o regulando ha generado también hambrunas muy complicadas y famosamente conocidas, como el caso de Corea del Norte o China, pero también es necesario pensar que el mercado tiene que ser regulado ya que genera incentivos de producción que reflejan referencias y hábitos de los consumidores, el famoso paradigma neoclásico de la economía.

La ventaja del mercado al generar especialización y división del trabajo, en algún caso sí colisiona con el enfoque de la agroecología, que más bien evita la especialización; por eso es que ahí habría que pensar que esa parte del mercado no interesa tanto y aprovechar las diferencias en las dotaciones de recursos.

El mercado actualmente permite la concentración de riquezas, mientras las preferencias y hábitos de los consumidores son manipulados por los intereses de la industria alimentaria. Hay gravísimas fallas de mercado que generan una ineficiente asignación de los recursos y problemas ambientales muy bien descritos; los costos ambientales de la soya transgénica en Argentina son terribles y ya se está demostrando a nivel de muchos ámbitos donde predominan estos cultivos. Los derechos monopólicos sobre patentes de las naciones es otra falla grave de los mercados, controlados por algunos poderes, entre ellos las patentes de semillas, que es uno de los temas más delicados.

Agenda o cómo aprovechar las ventajas de los mercados y minimizar sus problemas y limitaciones

Una combinación de políticas públicas y organización social para incrementar ingresos y capitalizar a la población rural con diversas estrategias productivas y sociales; fuerte regulación de intereses industriales que manipulan y distorsionan los hábitos alimentarios; regulación de acceso a tierras y agua que eviten latifundios y minifundios; desarrollo de formas asociativas y cooperativas para el acceso a crédito, asistencia técnica y tecnología; esquemas de planificación y zonificación económica ecológica a nivel regional y local para un uso sostenible del territorio y sus recursos; políticas de acceso libre y amplio a bienes y recursos tecnológicos, incluyendo organismos vivos, que no deben ser patentados.

Qué plantear desde la soberanía alimentaria respecto a los mercados

Incrementar ingresos y capitalizar a la población rural con diversas estrategias. Es necesario la puesta en marcha de una estrategia de desarrollo rural detrás del paradigma de la soberanía alimentaria, porque sin desarrollo rural no será posible hacerla sostenible. Asimismo, se requiere imponer paralelamente una fuerte regulación de los intereses industriales, que no van a
desaparecer de la noche a la mañana; los países recién tímidamente intentan regular, por ejemplo, el uso de señales (octógonos) para advertir lo dañina que es la comida hiperprocesada o hiperindustrializada. La industria distorsiona y manipula los hábitos alimentarios de la población, sobre todo de los niños y los adolescentes, y eso tiene que ser severamente regulado y sancionado para ser evitado.

Regular el acceso a tierras y agua que permiten latifundios y minifundios que significan un gran problema. La clave va por desarrollar formas asociativas y también cooperativas para el acceso a crédito. Uno de los problemas principales de la agricultura familiar es sus temas de escala y la imposibilidad de generar espacios cooperativos y asociativos, situación grave en Perú donde existen 2 millones 200 mil pequeños agricultores y los sistemas cooperativos fueron colapsados y prácticamente erradicados en la mayor parte de nuestra agricultura.

Esquemas de planificación y zonificación económica y ecológica a nivel regional. Es fundamental recuperar el rol de la planificación y la zonificación como estrategias centrales para promover una agricultura que tenga un espacio central en el desarrollo rural del país.

Políticas de acceso libre y amplio a bienes y recursos tecnológicos, incluyendo organismos vivos y semillas, que no deberían ser patentados. Aquí hay un tema central de lucha ideológica y también de valores que señalan que los organismos vivos no deberían ser sometidos a patentamiento, pues son el logro de cientos de miles de años de experiencia humana y no tienen por qué ser parte de un proceso de privatización ni de patentes, que en realidad lo que generan es una profunda distorsión.

TERCER BLOQUE

PREGUNTAS DE LOS PARTICIPANTES

Marcos Filardi

¿Qué estrategias se debe aplicar para lograr la soberanía alimentaria y fortalecer la agroecología en mercados fuertemente establecidos?

Ante el escenario actual que plantea el modelo dominante de mercado y consumo de alimentos hiperprocesados, nos toca abordar toda esa complejidad de problemas y oportunidades. Por tanto, desde la sociedad civil organizada corresponde asumir la construcción de un poder popular lo suficientemente fuerte, con un enfoque de abajo hacia arriba, tejiendo y articulando redes urbano rurales cada vez más sólidas y construir verdaderamente ese otro modelo alimentario desde la realidad de los territorios.

Esta responsabilidad debe partir de lo local hacia las dimensiones regionales y nacionales, e incluso a plantearlo en términos de la región latinoamericana. Ciertamente es la única manera de poder contrarrestar los intereses en juego que sostienen, legitiman y reproducen el modelo agroindustrial dominante. El Estado es acaso garante de los derechos humanos y está al servicio del bien común o es sólo una correa de transmisión de esos grandes intereses, que están concentrados y tienen sus ramificaciones en la academia, la ciencia, los medios de comunicación, etc., y también en todos los niveles de la política. Por ello, toca reflexionar y actuar para aminorar los monopolios que han creado las actuales maneras de producir y consumir alimentos.

Nuestros Estados están controlados en algún punto por esos intereses y la única manera de que se pongan a trabajar efectivamente al servicio del bien común es que esa demanda social, esa presión tan fuertemente organizada, pueda tener voceros y presencia en las dimensiones políticas, que finalmente son las que toman decisiones por todos y todas.

Nos toca construir el sistema alimentario con el enfoque agroecológico desde los actos más simples y pequeños, como el consumo, que debiera ser asumido como un acto político que comporta una facultad, pero también como la responsabilidad de elegir los alimentos que introducimos a nuestros cuerpos. Debemos hacer consciente el acto de consumo de elegir para que esté destinado a alimentarnos bien y empoderar a la agricultura familiar campesina indígena y a las economías sociales populares, en vez de seguir alimentando el agronegocio con el supermercadismo asociado. Para ello tenemos que interpelar a nuestro rol como miembros de una comunidad política, que amerita organizarse, crear redes, armar mercados, multiplicar conciencias, acercar a los productores con los comensales, gestionar la información relevante y cierta, y sumar esfuerzos que finalmente se concreten en políticas públicas.

¿Qué rol tiene la juventud en la construcción de la soberanía alimentaria?

En esta tarea y desafío, que es poner en agenda el interés colectivo del paradigma agroecológico, la juventud tiene –o debiera tener– el rol clave de movilizar las gestiones, activismos, investigación y acción para generar esos cambios necesarios, al igual que la universidad debiera asumir un papel en la convocatoria del análisis crítico de la realidad alimentaria en la que estamos sumergidos. En Argentina, independientemente, se ha dado inicio y continuidad a espacios como las “cátedras libres de soberanía alimentaria”, desde donde se promueve el diálogo de saberes dentro de la universidad y de ésta con la comunidad, como parte del cuestionamiento al modelo industrial pero también en defensa de la agroecología y la soberanía alimentaria y para construir el modelo que soñamos.

María Velma Echevarría

¿Qué estrategias se debe aplicar para lograr la soberanía alimentaria y fortalecer la agroecología en mercados fuertemente establecidos?

Desde la experiencia colombiana se rescata aspectos positivos y colectivos que han surgido en los “mercados solidarios”, que permiten generar una economía diferente, con otra lógica, con principios claros y tecnologías distintas, que no se benefician a costa de la calidad de vida de las personas ni de los recursos naturales.

Es clave apostar por los mercados campesinos en todas sus variantes. Su importancia radica en la cercanía que puede juntar a los productores, entre ellos y también con un relacionamiento sólido con los comensales.

Hasta la fecha el paradigma de la agroecología ha sensibilizado y convocado mayormente a los productores campesinos, aunque no tanto así a los consumidores. Para ello, los temas de la salud y la alimentación son movilizadores de discusión y diálogo.

Existen oportunidades desde la producción hacia los consumidores en un afán de direccionarlos hacia el poder que tenemos de transformar y dar la ruta de lo que se produce porque se consume. Hay la gran necesidad y oportunidad de ampliar esta sensibilidad en la sociedad, partiendo de la alimentación sana y saludable, interpretada no solamente como una moda sino como una posibilidad de estar en mejores condiciones de salud y vida, y para ello el medio es el paradigma agroecológico en la producción donde hay cierto camino recorrido.

Víctor Raúl Mayta

¿Qué hacemos con esta nueva generación de jóvenes, sobre todo del campo?

Sabiendo que en el Perú desde hace décadas la agricultura no es rentable y muchos de los jóvenes de la zona rural emigran a las grandes ciudades, debe haber un incentivo para que ellos decidan quedarse en sus territorios comunales y puedan dar continuidad a las actividades agrícola, ganadera, pecuaria, etc., pero principalmente a la tarea de producción de nuestros alimentos y, con ella, la conservación de semillas.

La intermediación en el mercado regional cusqueño mediante la experiencia “De la chacra a la olla” no ha funcionado, debido a que es vista como un acto de aprovechamiento donde unos pocos se benefician acopiando y trasladando alimentos, pasando por el productor agricultor, quien finalmente recibe pocos ingresos por su trabajo real.

Si un país, e incluso nuestra región de América del Sur, quiere la soberanía alimentaria, no solo debe enfocarse en el monocultivo, sino que tiene que fortalecer la diversificación productiva.

Eduardo Zegarra

¿Las crisis, como la pandemia, abren o cierran espacios para el paradigma de la soberanía alimentaria?

La pandemia viene generando desventajas, pero también trae consigo ventajas. Estamos viendo en el Perú que, en medio de esta tremenda crisis, ha aumentado fuertemente la importación de alimentos, como la leche, el maíz y el azúcar, mientras el productor nacional está prácticamente quebrado, de acuerdo a los alcances de Víctor Mayta. Estamos frente a un Estado que ha abandonado todo rol de protección de mercado interno y de la agricultura, y básicamente viene favoreciendo la importación de alimentos baratos e hiperprocesados, y muchas veces subsidiados.

La pandemia también ha planteado contradicciones muy graves al modelo agroalimentario mundial, como por ejemplo el que quienes más riesgo corren en relación al Covid-19 son las personas con sobrepeso y obesidad; la mala nutrición ha jugado un rol importante en la cantidad de pérdidas humanas que estamos teniendo con esta pandemia y genera un replanteamiento a partir de cómo este modelo agroalimentario en realidad es un modelo de la enfermedad y no de la nutrición. Entonces podremos abrirnos espacio para debatir y discutir la importancia de repensar los sistemas agroalimentarios.

¿Es posible determinar un precio justo para un producto agroecológico en comparación a otros productos convencionales?

El precio justo es crucial. Los consumidores nos hemos acostumbrado a comer cosas baratas que aparentemente son buenas y sin embargo no queremos pagar lo que hay que pagar por productos orgánicos, resultantes de procesos menos especializados y menos homogeneizados. Esta situación significa una oportunidad de trabajo conjunto para el Estado y la sociedad
civil, donde sea posible acercar a consumidor y al productor en cadenas cortas que los beneficie a ambos. Pero también surgen otros tipos de alianzas, como la que se ha dado en Perú entre la gastronomía y la agricultura familiar, jugando un rol importante en la moratoria de transgénicos. Así podrían aliarse disciplinas relacionadas a la salud, la gastronomía y la educación.

¿Qué estrategias se debe aplicar para lograr la soberanía alimentaria y fortalecer la agroecología en mercados fuertemente establecidos?

Hay una gran necesidad de que las comunidades y los territorios se diversifiquen, para no depender exclusivamente de un cultivo. Increíblemente, el 60 % del área de las pampas argentinas estén dedicadas a un solo cultivo y ésa es una grave contradicción con un proceso de diversificación. Esto significa la oportunidad para poder plantear la diversificación del paradigma agroecológico frente al escenario competitivo y monocultivista que resulta del actual modelo dominante.

Repositorio

Agroecología, soberanía alimentaria, agua y biodiversidad frente al cambio climatico

Construcción de alternativas frente al extractivismo

Género e Interculturalidad con enfoques interseccionales

Economía social, solidaria y popular para sociedades justas